Papá siempre
aconsejaba que cuando no se tuviera nada bueno que decir, no dijéramos nada. Alguien
más que me enseñó que callando "eres dueña de lo que callas y esclava de lo que dices”. He estado en
silencio por otras razones, que no pasan ni por querer ser dueña de lo que
callo, ni porque no tuviera algo bueno que decir.
He estado en silencio porque
me hacía bien callar. Porque han sido muchos movimientos en un tiempo muy
corto. Mudarse de continente. País. Ciudad. Casa. Piel. Montones acumulados de
pérdidas aún sin contabilizar.
De pronto
sabes que tienes que callar, acallar y serenarte.
Esta
aventura que sigo sobre mis pasos, es exigente. No escribo para entretener sino
para respirar mejor. Porque escribir completa mi vida. Llevar una bitácora del
viaje no lo hace más leve, lo vuelve más llevadero. Sé que la memoria es
engañosa. Que los recuerdos se vuelven imágenes fijas, que como pájaros vienen
de visita a la ventana de la mente una y otra vez. Qué decir entonces de los
sueños, esos visitantes que tanto saben de uno, que vienen echando su cuento al
oído desprevenido del que duerme y los evoca, aun sin saberlo, a ellos, a los
recuerdos.
Por eso, ha
sido muy bueno este silencio.
Anoche me acosté pensando si publicaría o no esta semana en este blog. Entonces
amaneció lloviznando esta fría mañana de sábado en Buenos Aires. Me echo sobre
los hombros un chal tejido por mi tía abuela Margarita, hermana de mi abuelo
materno, que vivía en Fiesole, en las afueras de Florencia, Italia. Fue su
regalo cuando me casé en 1977, y me ha acompañado desde entonces en cada mañana
fría de los muchos lugares donde he vivido. El chal, unas buenas medias y la
taza de café caliente, en esta mañana de invierno argentino.
Porque en el
Sur estamos al contrario de lo que mi cuerpo conoce. Mientras en España mi
prima Wanda se sancocha en el calor madrileño, mi hermano Juan se derrite en el
patio trasero de su casa en Boca Ratón, mis otros hermanos Carlos y Alejandro
sueñan con una piscina, el primero con la suya en Hollywood, FL., y el otro en casa
de mi mamá en Kendall, FL., a donde llegará en unos días de visita desde
Toronto, Canadá. Mi familia en la isla de Margarita se consuela con la brisa
isleña, porque ese calorcito oriental venezolano tampoco es ningún chiste. Mis nietos, en Ocala en Florida Central,
andan medio desnudos y juegan con la manguera cuando no están con sus padres
metidos en el agua chapoteando, aprendiendo a nadar.
Se me sigue
haciendo raro que yo ande en julio con tres capas de ropa superpuestas sólo
para estar en la casa. Ya para salir, la cosa se vuelve toda una producción de
bufandas, botas y orejeras sobre suéteres y un abrigo vino tinto. Si esto no es
cambiar de vida, entonces no sé bien qué lo pueda ser.
Por eso
quizás el silencio. Para entender mejor
de qué se trata.
Estoy apostando a que me guste. Todavía tengo mis dudas. Con
todo y lo enamorada que estoy de esta Ciudad de la Furia, de Buenos Aires. Ya
me he enamorado antes de algo que no me conviene, especialmente a largo plazo.
A los sesenta y cuatro, no creo que me interese mucho que ahora estos plazos
sean tan largos. Intento escuchar a mi corazón. También por ello el silencio.
Ayer podé
las matas que heredé en esta última mudanza. La casa donde vivimos ahora, la
compartimos con otras dos familias. Una uruguaya y otra venezolana. Los
primeros tienen una lavandería dentro de un hotel cercano. Los segundos, un
restaurante en la zona de Palermo. Ya no vivimos en San Telmo. Estamos en el
centro, en Montserrat, hacia la zona sur de Congreso, Ahora vivimos en el
interior de una casa dividida en tres viviendas. Nosotras tenemos la que está
frente al patio de invierno, con un techo de vidrio que se recoge con un
sistema de poleas. Todo novedoso para este par de caribeñas que somos. En ese
patio había un montón de plantas en macetas totalmente abandonadas a su suerte.
En un receso de la costura, ayer le podé a todas sus ramas secas y feas.
Removiendo la tierra de una de ellas conseguí una moneda oxidada de un peso
argentino. Luego de limpiarla, veo que es de 1964. Pobres maticas. Mucho tiempo
sin cuidado. Anoche le regalé la moneda a Corina, que de inmediato vio una obra
con esa pieza. Así funciona la mente de una creadora. Qué privilegio estar
juntas en esta aventura. Esas plantas van a retoñar, estoy segura. Quizás
también retoñe yo misma en este nuevo clima y circunstancias. Veremos. Voy un
día a la vez, una poda a la vez, una removida de tierrita a la vez.
Una cosa que
me gusta de Argentina, es que no me asusta. Creo que lo he comentado antes.
Estados Unidos me aterra. Argentina se parece más a “malo conocido”. Aquí uno
se asombra de que haya más días feriados que en la Venezuela que conozco tan
bien. No dejo de asombrarme por la cantidad de huelgas y manifestaciones
callejeras que, una tras otra, pueblan los días de trabajo de este país donde
vivo ahora. Mi hermano Juan dice, con mucha razón qué si bien USA es el paraíso
del capitalismo salvaje, Argentina lo es del sindicalismo salvaje.
Verdaderamente insólita la capacidad de protesta y de tolerancia a éstas con la
que viven acá. Y viven bien, se los digo. El argentino promedio que he conocido
se lamenta profundamente de que ahora no puede ir a comer a la calle todo lo
que quisiera y en la frecuencia a la que estaba acostumbrado. Ya quisiéramos
muchos, digo yo. Hace años que comer fuera de casa se volvió un lujo para la
gran mayoría de los venezolanos, dentro y fuera del país. También se suelen
referir a sus conciudadanos como unos “vagos”, cosa que me asombra y me
enmudece, por miedo a parecer descortés y malagradecida, pero francamente en Buenos
Aires ahora mismo, en todos lados te atiende un venezolano, cuando no son
peruanos, paraguayos o bolivianos los que te sirven la mesa o te asisten en los
comercios.
Seguimos mirando
esas cosas que se vuelven cuitas en estas crónicas.
En silencio
siguen pasando los días. Quiero entender lo que escucho cuando no hay tanto
ruido, como ahora.
Los arreglos
de ropa siguen llegando y lentamente he ido haciendo una pequeña clientela. Es
gratificante. Continúo mis estudios como creadora, transcriptora y traductora
de textos por internet. También por ese lado hay alguito de trabajo, ahora
mismo estoy transcribiendo para la Fundación Gonzalo Plaza que maneja mi hermano
Carlos Eduardo, el Catálogo de la exposición “La Nueva Estampilla Venezolana”, una iniciativa de mi padre por allá en los años setenta, cuando por primera vez se
diseñaron en Venezuela nuestros sellos postales. La idea de la Fundación es
editar un hermoso libro, de cuya venta se alimentarán los proyectos educativos
de ésta. Formé parte de ese catálogo en aquellos tiempos, mientras estudiaba en
la universidad. Cuarenta y pico de años más tarde estoy transcribiendo un texto
que ayudé a redactar entonces. Linda coincidencia.
No he
abandonado la fabricación de plantas de tela, cosa que he descubierto me gusta
mucho, sólo que ha quedado relegada a los espacios de esparcimiento. A veces
también de actividad meditativa y de serenarse.
De vez en cuando también desempolvo un bordado que anda por ahí.
Todo esto que acompaña ahora a las
rutinas domésticas que comparto con mi hija y compañera, eso que es ahora mi nueva vida
argentina. Eso, y un silencio nuevo al que me estoy acostumbrando.
Así mismo como
también se va una acostumbrando, poco a poco, a la compañía virtual de quienes
amablemente nos acompañan con su lectura de estas palabras. Palabras a veces
hilvanadas. A veces sueltas.
Es una nueva y amorosa experiencia.
Gracias, a todos. Desde mi silencio.
Señora ciudadana del mundo! Soy cobarde y tu superwoman! El planeta es tuyo!!
ResponderEliminar¿Cobarde tú? No me hagas reir, Angie. No te habré visto yo en acción. Jajajajaja.... Eres una cómica. Eres mi inspiiración, chamita. Un abrazote
EliminarHola Elena ! Me encantan tus relatos, sentidos y aleccionadores ... Un abrazo en la distancia con la carga de cariño que estas palabras puedan transportar !
ResponderEliminarMil Gracias, tu nombre sale "Desconocido". Te mando un abrazo de vuelta.
EliminarHola Elena ! Me encantan tus relatos, sentidos y aleccionadores ... Un abrazo en la distancia con la carga de cariño que estas letras puedan transportar !
ResponderEliminarHola:Al mejor estilo porteño,como andas?Soy Miriam tu compañera del Colon,tus piedritas te trataron bien o mal ese miercoles.Tristan y Isolda fue largo pero tan intenso que buena musica para tanta muerte,fue realmente bueno.Mantengamos el contacto asi una tarde bordamos juntas .
ResponderEliminarHola Miriam !!!! Rico, claro que sí. Mi correo es plazaelena@gmail.com - Por ahí nos contactamos - Mil gracias por la lectura del blog, por tu oferta de bordar juntas una de estas tardes. Aceptada. Qué sabroso. Voy a mirar a ver si ubico tu email en el comentario que has dejado.
ResponderEliminarEste fin de semana no escribo porque tuve demasiado qué escribir en otras cosas, así que me dedico esta mañana de domingo a revisar los comentarios que no se podían publicar por una configuración equivocada que ya corregí. En fin, que igual se escribe porque uno es así. Qué se le va a hacer... Mil gracias, Miriam.