CARACAS 1 – 24 de enero 2019
Al fondo canta “I want to
get free” un Freddy Mercury que me eriza todos los pelos. Los audífonos no
están buenos, son aquellos amarillos que nos regalaron el último día que estuve
en Buenos Aires, al final de mi estadía en esa ciudad fantástica el año pasado,
cuando tomamos el bus turístico que me llevo a conocer esa Buenos Aires
imposible de visitar cuando trabajas 10 horas diarias. Así que escucho a
medias, pero escucho haciendo silencio hacia allá afuera.
No quiero que Alejandra, mi
hija menor que duerme en la cama individual que me sirve de sofá en la sala, se
despierte con otro de mis habituales madrugonazos. Estoy en Caracas desde hace
dieciséis semanas.
Regresé a casa.
Escucho a Cesar Miguel
Rondón en la radio a través de la laptop y mis defectuosos audífonos amarillos
argentinos. Nos dice a sus oyentes que no comentará las noticias. Hay estricta
censura de un gobierno que no lo es, cuya banda de hampones controla con el
miedo a casi todo en este país suramericano.
Hoy amanecimos de golpe.
Ahora sí. Sólo música hasta las siete y media que vendrán al programa un par de
psiquiatras, uno de ellos mi querido amigo Carlos Rasquin, a comentar en un
foro sobre la sorprendente "resiliencia" de nosotros, los venezolanos. Cero
comentarios editoriales o les cerramos la emisora. Ayer clausuraron dos
emisoras en el Zulia. Se llevaron los transmisores, así de simple.
También ayer mismo, un
muchacho nuevo se lanzó a la calle y esta vez en lugar de tirarle piedras a la
ilegítima guardia nacional represora, se vistió de camisa blanca con mangas recogidas
y le juró a toda Venezuela, con millones en la calle, expectantes, ansiosos de
cambio y esperanzados, que es su nuevo Presidente Interino, que le pondrá orden
a este desaguisado que nos hemos vuelto. Yo lo veía a través de una gruesa nube
de lágrimas, nos pidió levantar nuestra mano derecha y jurar con él. Me vi
levantando mi mano y llorando una vez más por mi sufrida tierra natal.
Por primera vez en casi
cuatro meses y medio, vuelvo sobre mis pies y me siento a escribir. Como dice
Juan Bautista, mi hermano, El Genio, recuperé la voz.
Regresé a Caracas por un par
de razones contundentes: amor y finanzas. Con mucho de lo primero y poco de lo
segundo, me encuentro una ciudad que casi no reconozco. Cuando llegué a
Caracas, lloré sin parar por tres semanas, no, casi cuatro. Pero se me pasó. El
amor seguía intacto.
Las finanzas rendían más
aquí que en ninguna otra parte. Acá se le devaluó todo a la gente. Todo menos
la resistencia. Se lo ves en la mirada. Los de Caracas ahora caminan de otra
manera por la calle. Ves muchas menos sonrisas. Hay mucha más firmeza en sus
gestos. Casi toda la ropa que ves a tu alrededor está vieja, desgastada y huele
a sudor mal lavado.
Llego a vivir en Los Palos
Grandes, el reino de decenas de guacamayas extraordinarias que te despiertan
todas las mañanas con sus gritos destemplados. Caracas es un milagro de verdes
y azules. No puedes dejar de ver El Avila por la mañana y al atardecer. Imposible
no ver sus tonos rojizos en las laderas orientales cuando les da la luz del
poniente. Después de pasar cinco años en el aire acondicionado o la calefacción
indispensables para sobrevivir, es una delicia respirar en esta temperatura
templada que le hace el amor a todos los sentidos. Un día me di cuenta de que
ya no lloraba al abrir los ojos. Un poquito más tarde, comencé a dormir la
noche completa. Mi hija menor me necesita. Yo necesito a Venezuela.
En los nuevos aires que soplan en estos días pasados, tal
parece que nos estamos volviendo a encontrar para remediarnos mutuamente tantas
necesidades. Por mi lado, arranco a resolver los muchos problemas del
apartamento que alquilé a ciegas desde Buenos Aires. También habrá que ocuparse
de una casita en Prados del Este, otro reducto de nuestra nueva vida en
Caracas. Nos compartimos esta nueva vida entre los lugares donde vivo ahora con
mi hija menor y nuestra perra viajera, la buena Francisca. Se me ha hecho muy
evidente en esta nueva vuelta de la tuerca en la vida, que esa capacidad de
adaptación y recuperación frente a una situación adversa, eso que llaman resiliencia,
resultó ser algo que se aprende, se ejercita y se madura.
Soy una “pata caliente” sin
redención posible. Irredimible. No hay ninguna esperanza de que deje de serlo. Sin embargo, me siento en casa. Amo esta ciudad. Esta luz. Estas miradas. Estos sabores. No he logrado dejar de
mirar hacia atrás sino hasta ahora regresando a mi casa. Me fui de Caracas en
1989. Estoy de vuelta casi treinta años más tarde. Me asombro más y más con cada
paso que doy, por lo indemne que está mi amor por este lugar. Tomo palabras de
lo que dice mi viejo amigo, Carlos Rasquin, psiquiatra, desde el programa de
Rondón que sigo escuchando, censura o no. Seguimos donde escogemos estar. No me
dejo quitar mis hábitos. No me da la gana.
Ha sido un largo viaje, Un
montón de aventuras. Puro aprendizaje.
Primero vivimos en los Altos
Mirandinos, ciudad dormitorio de Caracas. Luego en Boynton Beach, Florida, por
seis años y luego de vuelta a los Altos Mirandinos. Buscando un lugar propio,
nos fuimos a la Isla de Margarita, y de ahí nuevamente a Florida, esta vez a
Hollywood, por cuatro años más. Casi todo el año pasado lo vivimos en Buenos
Aires, y desde allí el regreso a Caracas. A Venezuela. Siempre escuchando este
programa casi todas las mañanas. Por años.
Es que pareciera que he
aprendido a cuidar lo que amo. Esta vez, milagrosamente comencé por mí misma.
Por fin.
Por otro lado, en la esquina
de enfrente, Venezuela vive hoy, esta mañana, una alegría angustiosa. Pero soy
una optimista incurable. Esto pasará, porque vivir en Venezuela es mi
respuesta. Itaca. Ahora sabemos que en verdad todo pasa.
La mutua conveniencia es
casi siempre una gran solución en las negociaciones. Venezuela me hacía mucha
falta, y yo hago más falta en Venezuela. Lo “pata caliente” me viene de unas
ausencias que no había resuelto. De unos vacíos que no había terminado de
llenar. Parece que llegar a Caracas cierra un círculo mágico. He madurado estas
carencias. Finalmente. Tengo sesenta y cinco años. Ya era hora. Sigo caminando
para encontrar nuevas ausencias y otros vacíos que seguirán apareciendo. Hasta
el final.
Entonces, sigamos. Gracias.
Bienvenida! Me hacía falta leerte! Gracias por regresar, a Caracas y a tus querencias! Un abrazote!
ResponderEliminarQuerida Gun-Marie...!!! Gracias a ti, por tanto... Un abrazote.
EliminarBienvenida a tu casa, Elena!!! Que tus aventuras nos sirvan de ejemplo de entereza y de guía a los que como tú, nos vimos obligados a emprender un peregrinaje que, con Dios y su ayuda, terminará nuevamente en nuestro terruño.
ResponderEliminarDios te oiga, Guillo. Nos dé la fuerza y la convicción para seguir insistiendo que somos mejores que esto.
EliminarUn abrazote.
Querida y siempre recordada amiga Elena
ResponderEliminarAsí como tu comienzas este relato con una canción de Freddy Mercury, quisiéramos no quedarnos atrás, e iniciar nuestro comentario con una pieza dedicada a todos los resilientes como tú. ♫I won’t back down ♪de Tom Petty, aunque también nos gusta la versión de Johny Cash que dice así:
I got just one life
In a world that keeps on pushin' me around
But I'll stand my ground
And I won't back down
Elena, que bueno poder leerte de nuevo, nos encantan tus historias y de verdad te comprendemos muy bien…tu sabes a lo que nos referimos.
Recibe un fuertísimo abrazo, cuídate mucho
Los YUras.