Nos hemos repartido las tareas en este
nuevo apartamento. Bajo a Francisca a la calle por la mañana, Corina lo hace en
la noche. Me gusta mucho la mañana del verano en Buenos Aires, los olores y la
gente, la temperatura y la brisa.
Me tienen muy pendiente de ellos, esos
muchachos al otro lado de la calle. Hoy camino a Francisca con el spray de
pimienta en la mano. Al salir del pequeño edificio, me topo con un policía
alto, fornido y nada jovencito como esos otros policías que he visto hasta
ahora caminando por la cuadra. Inspector y Flores se lee en ambos lados de su
pecho uniformado en tonos de azul y gris. Le doy los buenos días y me responde
efusivo y sonriente. Es evidente que busca conversación. Dejo que Francisca
resuelva lo más urgente en una jardinera cercana, bien feíta la pobre, casi
puro monte y bastante tierra para lo de la perra. El policía sigue saludando y
ahora también pregunta cositas sueltas. “¿De dónde
viene?... ¿Por cuánto tiempo nos visita?... ¡ Ahhh, venezolana, qué bien!... ¿Y
viene a quedarse en Buenos Aires… ¿Y por qué Argentina?” Esto va para largo.
Francisca va a tener que esperar para seguir con sus rutinas matutinas.
Cuando le digo que soy artista textil y escritora, se
le enciende la mirada y pregunta si puede hablarme de algo que le da mucha
curiosidad sobre los escritores. Este policía argentino quiere saber cómo se
descubre la verdadera intención del escritor detrás de sus palabras y la manera
que escoge para decirlas. Es en serio que esto va para largo. Intento acortar
la improvisada lección de análisis literario: “Bueno”, le digo, “¿en cuál
escritor está usted pensando, a ver si le entiendo mejor la pregunta? El
Inspector Flores se queda unos segundos mirando al vacío, y luego dice: “Cien
años de Soledad, por ejemplo, ¿qué quiere decirnos García Márquez con todo ese
cuento alucinado lleno de cosas locas por todos lados? “ . Apelo de corazón a
la paciencia infinita que pareciera tener Francisca. Respiro profundo. Por los
siguientes veinte minutos, una inesperada sesión de análisis literario da
origen a una aún menos esperada lección en política y cultura social argentina
contemporánea. Flores estudia tercer año de Derecho, lee como un salvaje y es
un conversador exquisito. En un intento de análisis “fast-track” le digo al
policía que Europa lo ha hecho y vuelto hacer absolutamente todo. Que Africa
tiene todo por hacer delante de sí. Que América es un gigantesco generador de
ideas y soluciones, con un poderoso y voraz cerebro en su Norte, y su alma, su
espíritu en América del Sur. Y que el Caribe hace las veces de potente sazonador
para esa sensibilidad imaginativa del alma sudamericana, que García Márquez
luego de leer a Kafka en Paris, se sintió con permiso de escribir la realidad
mágica en la que vivimos los latinoamericanos, aún sin darnos mucha cuenta de
ello por lo inmersos que estamos en ésta. “Ah… Kafka, La Metamorfosis…”,
exclama Flores con su mirada, ahora sí, clavada en la mía. Me apresuro a hablar
en un vano intento por dar por concluida la respuesta: “Y en su Argentina,
Julio Cortázar, sin duda ninguna. Le recomiendo el cuento de Cortázar llamado “Axolotl”. Realismo mágico
puro, Inspector Flores, sonreída le llamo por su nombre, y caigo en cuenta que
estoy flirteando un poco con el policía. Es hora de irse, señora Plaza.
Bueno, así las cosas, ambos
miramos en la dirección del lado opuesto de la callecita de San Telmo donde
estamos conversando, y Flores recupera la compostura policial. “¿Le han
molestado esos muchachos desde que está aquí, señora?, me pregunta diligente,
señalando con la vista a los chicos que se han instalado en esa esquina en la
acera de enfrente. En ese momento está pasando por nuestro lado un muchacho
joven que lleva en su mano una estupenda Nikkon en la mano, morral en la
espalda y un letrero del Caracas estampado en su franela azul y blanca. Nos
pasa cerca y sigue de largo. Se me disparan todas las alarmas y miro a Flores
espantada del peligro de robo que corre este ingenuo venezolano. Flores tiene
la actitud del que no se mete. Tomo la decisión en segundos y, en voz alta para
que me escuche, digo: “!Chamo!” El jovencito se detiene enseguida y se voltea.
Le señalo la cámara con un conocido índice regañón y le digo con mi mejor voz
de mamá caraqueña: “!Mosca, chamo! El muchacho mira la cámara en su mano y
luego nos mira a nosotros. Sonríe y dice de vuelta: ¡Gracias, señora, sí va!
Levanta su pulgar aprobatorio y sigue caminando mientras guarda la cámara en el
morral ahora abierto sobre su pecho. Flores se dispara en preguntas y
acotaciones sobre nosotros, estos venezolanos que le hemos invadido a su Buenos
Aires.
Me llaman la atención una
de sus preguntas y una de sus observaciones. Quiere saber si “mosca” significa
ladrón. Luego, me cuenta con asombro que la tendera de la esquina le ha hablado
de una pareja de venezolanos que llegó a ese negocio buscando trabajo>Tenían
tres días en Argentina y una niña de dos años con ellos. Esa semana, dice entre
conmovido e incrédulo, ambos estaban ya trabajando en el modesto comercio del
barrio, por muy poco pero suficiente para pagar el modesto alojamiento y quien
cuide de la pequeña durante el día. No digo nada. No puedo. Estoy consciente de
que estoy mirando mis lágrimas en el suelo. Ambos muchachos dijeron ser médicos.
Le extiendo la mano al
Inspector Flores. Me da un apretón fuerte y me dice: “Usted también ande con
cuidado, señora. Un gusto hablar con usted. Soy un policía serio y conversador.
No somos muchos. Cuídese. Ya sabe: ¡Mosca!” Me cae por dentro uno de esos
susticos que las mujeres conocemos tan bien. Del miedo hay mucho que aprender.
A la mañana siguiente, poco
después del café tempranero, salgo al balconcito a escribir. Me sorprende ver
que los chicos de la acera de enfrente han desaparecido. En lugar del mugriento
campamento que tenían instalado, está todo barrido y limpio. Un montón de
trapos sucios se acumulan en la acera, a un lado del habitual contenedor que se
llevan los camiones. Unos minutos mas tarde se asoma un barrendero por entre
los carros y la misma acera. Barre, recoge y bota en el enorme contenedor los
trapos amontonados. Barre la acera y la calle alrededor del contenedor, le
cierra la tapa y sigue su camino.
Flores no anda por todo
esto y ahora caminan las aceras del vecindario unos jóvenes oficiales de la
policía de ambos sexos, como aquellos policías de punto que hubo en Caracas
hace tantos, tantos años.
Tendrá las aceras rotas, es
verdad. Nos reciben con los brazos abiertos, también es verdad. Pero me ha
quedado bien claro que Buenos Aires no está de su cuenta y riesgo. Al menos no
de la manera que nos tuvimos que acostumbrar a vivir en nuestra amada Caracas y
también dentro de todo el territorio nacional de la Venezuela que dejé atrás.
En la casa de enfrente esta
mañana han abierto las altas celosías grises de dos de sus ventanas en el piso
superior. Por una de ellas se cuela al balcón atiborrado de plantas, una gata
gris, negra y amarilla. Sólo las hembras tienen tres colores. Se da cuenta de
mi presencia y me mira erguida, gorda y dueña. Cada vez la ciudad se hace más
presente y el frescor se retira lentamente. Hoy seguiremos cerrando nuestra
vida en los Estrados Unidos, y también hemos abierto el capítulo de la búsqueda
de un hogar por tiempo largo para las tres. Corina debe estar haciendo
desayuno. Alguien corta con una sierra eléctrica no muy lejos de aquí. Voy
recuperando poco a poco los matices del sonido que conozco como la vida en una
ciudad.
Hoy será
también otro nuevo día. Una vez más, gracias.
Querida Elena,
ResponderEliminarHasta ahora leo tu blog ya que estaba de viaje. Sabia que tenias este plan en mente pero no me imaginaba que era tan inminente. Me encanta "oirte" con tanto positivismo y deseos de arrancar con entusiasmo esta nueva vida. Dicen por alli que la actitud como se enfrentan los retos aseguran mas del 80% del exito!
Estoy segura que poco a poco conseguiras la Divina inspiracion para conseguir ese nicho donde seras exitosa, no me cabe duda.
Un gran abrazo y mil bendiciones!
-Morella
Encajes como escribes tus aventuras, deberás ponerlas después más en serio en un libro! Cuídate, mosca!
ResponderEliminarBueno Elena, ya siento que el Inspector Flores es parte de la familia. Aprovecho para comentarte que colgamos el cuadrito del gato negro en el comedor y se ve bien chevere. Me recuerda a ustedes y claro esta a esa maravillosa canción de los 70:The Year of the cat...Un fuerte abrazo Los YUras
ResponderEliminarMi querida Morella, lamento tanto haberme venido sin darnos un buen abrazo. Ya nos lo daremos, aquí o allá, Gracias por tu amoroso comentario tan constructivo, Tengo mucho que recuperar y Argentina pareciera un lugar propicio para ello.
ResponderEliminarAbrazo enorme y bendiciones compartidas.
Elena