sábado, 3 de febrero de 2018

ANALISIS LITERARIO Y LECCIONES DE SEGURIDAD EN SAN TELMO


Nos hemos repartido las tareas en este nuevo apartamento. Bajo a Francisca a la calle por la mañana, Corina lo hace en la noche. Me gusta mucho la mañana del verano en Buenos Aires, los olores y la gente, la temperatura y la brisa.

Me tienen muy pendiente de ellos, esos muchachos al otro lado de la calle. Hoy camino a Francisca con el spray de pimienta en la mano. Al salir del pequeño edificio, me topo con un policía alto, fornido y nada jovencito como esos otros policías que he visto hasta ahora caminando por la cuadra. Inspector y Flores se lee en ambos lados de su pecho uniformado en tonos de azul y gris. Le doy los buenos días y me responde efusivo y sonriente. Es evidente que busca conversación. Dejo que Francisca resuelva lo más urgente en una jardinera cercana, bien feíta la pobre, casi puro monte y bastante tierra para lo de la perra. El policía sigue saludando y ahora también pregunta cositas sueltas. “¿De dónde viene?... ¿Por cuánto tiempo nos visita?... ¡ Ahhh, venezolana, qué bien!... ¿Y viene a quedarse en Buenos Aires… ¿Y por qué Argentina?” Esto va para largo. Francisca va a tener que esperar para seguir con sus rutinas matutinas.

Cuando le digo que soy artista textil y escritora, se le enciende la mirada y pregunta si puede hablarme de algo que le da mucha curiosidad sobre los escritores. Este policía argentino quiere saber cómo se descubre la verdadera intención del escritor detrás de sus palabras y la manera que escoge para decirlas. Es en serio que esto va para largo. Intento acortar la improvisada lección de análisis literario: “Bueno”, le digo, “¿en cuál escritor está usted pensando, a ver si le entiendo mejor la pregunta? El Inspector Flores se queda unos segundos mirando al vacío, y luego dice: “Cien años de Soledad, por ejemplo, ¿qué quiere decirnos García Márquez con todo ese cuento alucinado lleno de cosas locas por todos lados? “ . Apelo de corazón a la paciencia infinita que pareciera tener Francisca. Respiro profundo. Por los siguientes veinte minutos, una inesperada sesión de análisis literario da origen a una aún menos esperada lección en política y cultura social argentina contemporánea. Flores estudia tercer año de Derecho, lee como un salvaje y es un conversador exquisito. En un intento de análisis “fast-track” le digo al policía que Europa lo ha hecho y vuelto hacer absolutamente todo. Que Africa tiene todo por hacer delante de sí. Que América es un gigantesco generador de ideas y soluciones, con un poderoso y voraz cerebro en su Norte, y su alma, su espíritu en América del Sur. Y que el Caribe hace las veces de potente sazonador para esa sensibilidad imaginativa del alma sudamericana, que García Márquez luego de leer a Kafka en Paris, se sintió con permiso de escribir la realidad mágica en la que vivimos los latinoamericanos, aún sin darnos mucha cuenta de ello por lo inmersos que estamos en ésta. “Ah… Kafka, La Metamorfosis…”, exclama Flores con su mirada, ahora sí, clavada en la mía. Me apresuro a hablar en un vano intento por dar por concluida la respuesta: “Y en su Argentina, Julio Cortázar, sin duda ninguna. Le recomiendo el cuento de Cortázar llamado “Axolotl”. Realismo mágico puro, Inspector Flores, sonreída le llamo por su nombre, y caigo en cuenta que estoy flirteando un poco con el policía. Es hora de irse, señora Plaza.

Bueno, así las cosas, ambos miramos en la dirección del lado opuesto de la callecita de San Telmo donde estamos conversando, y Flores recupera la compostura policial. “¿Le han molestado esos muchachos desde que está aquí, señora?, me pregunta diligente, señalando con la vista a los chicos que se han instalado en esa esquina en la acera de enfrente. En ese momento está pasando por nuestro lado un muchacho joven que lleva en su mano una estupenda Nikkon en la mano, morral en la espalda y un letrero del Caracas estampado en su franela azul y blanca. Nos pasa cerca y sigue de largo. Se me disparan todas las alarmas y miro a Flores espantada del peligro de robo que corre este ingenuo venezolano. Flores tiene la actitud del que no se mete. Tomo la decisión en segundos y, en voz alta para que me escuche, digo: “!Chamo!” El jovencito se detiene enseguida y se voltea. Le señalo la cámara con un conocido índice regañón y le digo con mi mejor voz de mamá caraqueña: “!Mosca, chamo! El muchacho mira la cámara en su mano y luego nos mira a nosotros. Sonríe y dice de vuelta: ¡Gracias, señora, sí va! Levanta su pulgar aprobatorio y sigue caminando mientras guarda la cámara en el morral ahora abierto sobre su pecho. Flores se dispara en preguntas y acotaciones sobre nosotros, estos venezolanos que le hemos invadido a su Buenos Aires.

Me llaman la atención una de sus preguntas y una de sus observaciones. Quiere saber si “mosca” significa ladrón. Luego, me cuenta con asombro que la tendera de la esquina le ha hablado de una pareja de venezolanos que llegó a ese negocio buscando trabajo>Tenían tres días en Argentina y una niña de dos años con ellos. Esa semana, dice entre conmovido e incrédulo, ambos estaban ya trabajando en el modesto comercio del barrio, por muy poco pero suficiente para pagar el modesto alojamiento y quien cuide de la pequeña durante el día. No digo nada. No puedo. Estoy consciente de que estoy mirando mis lágrimas en el suelo. Ambos muchachos dijeron ser médicos.  

Le extiendo la mano al Inspector Flores. Me da un apretón fuerte y me dice: “Usted también ande con cuidado, señora. Un gusto hablar con usted. Soy un policía serio y conversador. No somos muchos. Cuídese. Ya sabe: ¡Mosca!” Me cae por dentro uno de esos susticos que las mujeres conocemos tan bien. Del miedo hay mucho que aprender.

A la mañana siguiente, poco después del café tempranero, salgo al balconcito a escribir. Me sorprende ver que los chicos de la acera de enfrente han desaparecido. En lugar del mugriento campamento que tenían instalado, está todo barrido y limpio. Un montón de trapos sucios se acumulan en la acera, a un lado del habitual contenedor que se llevan los camiones. Unos minutos mas tarde se asoma un barrendero por entre los carros y la misma acera. Barre, recoge y bota en el enorme contenedor los trapos amontonados. Barre la acera y la calle alrededor del contenedor, le cierra la tapa y sigue su camino.

Flores no anda por todo esto y ahora caminan las aceras del vecindario unos jóvenes oficiales de la policía de ambos sexos, como aquellos policías de punto que hubo en Caracas hace tantos, tantos años.

Tendrá las aceras rotas, es verdad. Nos reciben con los brazos abiertos, también es verdad. Pero me ha quedado bien claro que Buenos Aires no está de su cuenta y riesgo. Al menos no de la manera que nos tuvimos que acostumbrar a vivir en nuestra amada Caracas y también dentro de todo el territorio nacional de la Venezuela que dejé atrás.

En la casa de enfrente esta mañana han abierto las altas celosías grises de dos de sus ventanas en el piso superior. Por una de ellas se cuela al balcón atiborrado de plantas, una gata gris, negra y amarilla. Sólo las hembras tienen tres colores. Se da cuenta de mi presencia y me mira erguida, gorda y dueña. Cada vez la ciudad se hace más presente y el frescor se retira lentamente. Hoy seguiremos cerrando nuestra vida en los Estrados Unidos, y también hemos abierto el capítulo de la búsqueda de un hogar por tiempo largo para las tres. Corina debe estar haciendo desayuno. Alguien corta con una sierra eléctrica no muy lejos de aquí. Voy recuperando poco a poco los matices del sonido que conozco como la vida en una ciudad.


Hoy será también otro nuevo día. Una vez más, gracias.

4 comentarios:

  1. Querida Elena,
    Hasta ahora leo tu blog ya que estaba de viaje. Sabia que tenias este plan en mente pero no me imaginaba que era tan inminente. Me encanta "oirte" con tanto positivismo y deseos de arrancar con entusiasmo esta nueva vida. Dicen por alli que la actitud como se enfrentan los retos aseguran mas del 80% del exito!
    Estoy segura que poco a poco conseguiras la Divina inspiracion para conseguir ese nicho donde seras exitosa, no me cabe duda.
    Un gran abrazo y mil bendiciones!
    -Morella

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  2. Encajes como escribes tus aventuras, deberás ponerlas después más en serio en un libro! Cuídate, mosca!

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  3. Bueno Elena, ya siento que el Inspector Flores es parte de la familia. Aprovecho para comentarte que colgamos el cuadrito del gato negro en el comedor y se ve bien chevere. Me recuerda a ustedes y claro esta a esa maravillosa canción de los 70:The Year of the cat...Un fuerte abrazo Los YUras

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  4. Mi querida Morella, lamento tanto haberme venido sin darnos un buen abrazo. Ya nos lo daremos, aquí o allá, Gracias por tu amoroso comentario tan constructivo, Tengo mucho que recuperar y Argentina pareciera un lugar propicio para ello.
    Abrazo enorme y bendiciones compartidas.
    Elena

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