sábado, 3 de marzo de 2018

LA VIRGEN DEL VALLE EN EL BARRIO CHINO


Ayer se cumplieron dos meses de nuestra llegada a Ezeiza, el aeropuerto internacional de la ciudad de Buenos Aires. Esta llegada a la República Argentina ha estado llena de un sinfín de diligencias que hay que seguir haciendo para establecernos. Resolvemos tomarnos un descanso e invitamos a Alicia, una amiga argentina de Corina, a comer al barrio chino. Una extravagancia, con lo cuidadosas que intentamos ser con el dinero. Especialmente mientras no estemos produciendo, pero el esparcimiento se nos hace ahora mismo tan importante como el ahorro.  Esta salida sucedió ya hace varias semanas.  Se las traigo hoy.

De entre muchos restaurantes orientales que vamos viendo, escojo el mas hermoso que encuentro. Nos sientan junto a un jardín interior al fondo del local. La estamos pasando muy bien. La comida es muy buena y distinta a lo que conocemos. Las muchachas, sentadas frente a mí, están disfrutando mucho. Ya en la sobremesa, Corina abre su monedero y le muestra a su amiga las imágenes religiosas que carga en la cartera.
Veo con ternura que, como tiene varias, le regala a Alicia una imagen de Vallita, la Virgen del Valle, mientras le dice que Vallita la cuidará siempre. Me distiendo sobre mi silla, estiro un poco la pierna que ya ha comenzado a fastidiarme y me acomodo un poco ladeada. Es así como veo que detrás nuestro está uno de los baños del local. Una elegante señora mayor de largos cabellos rubios intenta abrir la puerta. Le sonrío y le digo que está ocupado, pues no hace mucho que vi entrar a una jovencita. Ella sonríe de vuelta y se acerca un par de pasos. Me queda justo al lado. Por supuesto, nos ponemos a conversar, qué más.

 “De dónde sós, de donde venís…”, lo habitual. Cuando escucha que soy venezolana y que allá vivía en la Isla de Margarita, dice que estuvo en la isla hace muchos años. Mientras, Corina y Alicia se entretienen con las estampitas religiosas, echándose sus cuentos mutuamente. Corina y Alicia están en lo suyo, dos mujeres jóvenes con intereses comunes, compartiendo una rica sobremesa, mientras esta amable señora argentina y yo ya nos estamos echando toda clase de cuentos mutuamente. Por supuesto, la conversación gira en torno a Venezuela, a Margarita.

Se desocupa el baño, pero la señora no lo ocupa. En lugar de ello, se me acerca un poco más y me dice en voz baja y tono cómplice que estando en la Isla ella compró una imagen de la Virgen, “esa virgencita bella del traje blanco, muy milagrosa la virgencita ésta…”. Con sorpresa le pregunto incrédula si se refiere a la Virgen Del Valle, la misma que en ese mismo instante he visto a las muchachas compartir a través de la mesa. Le pido a Corina que se la muestra. A la mujer se le ilumina el rostro y asiente sonriendo. “Sí, ésa, ésa misma. A mi me ha hecho un milagro enorme, me salvó la vida hace unos años”.

Me echo para atrás en la silla. Estamos en el barrio chino de Buenos Aires. Mi hija y su amiga están compartiendo a nuestra Vallita, mientras esta buena señora me cuenta que la Virgen del Valle le ha hecho un milagro en su casa de Dolores, entre Buenos Aires y Mar del Plata, aquí en Argentina hace unos años. Todo esto mientras nosotras hacemos la sobremesa del almuerzo, y ella está esperando el baño. La circunstancia se me hace, de por sí sola, bastante peculiar. La mujer sigue contando que estuvo enferma de muerte. Que desde su lecho de enferma le pedía a la imagen de Vallita que había comprado en su viaje a Margarita, y que había colocado en lo alto de un mueble de gavetas en su habitación a la vuelta del viaje, que no la dejara morir todavía, que la ayudara a recuperarse. “Y me hizo el milagro, señora. Nadie se explica cómo me recuperé. Sé que fue esa virgencita”. Me doy cuenta que no le sabe el nombre. “La Virgen del Valle”, le digo. “Sí, sí, esa misma.”

No me lo creo, pero sí, esto acaba de suceder. Una mujer mayor, de largos y cuidados cabellos rubios, esperando su turno para entrar al baño, en un restaurante del barrio chino de Buenos Aires, nos acaba de contar como fue que compró una imagen de nuestra Virgencita del Valle, en un viaje a la isla de Margarita hace muchos años, y de cómo en una gravedad de salud apeló a su ayuda, y de su curación, según ella, milagrosa. Todo esto, mientras mi hija y su amiga compartían en ese mismo instante la imagen de esa misma Virgen del Valle que tanto amamos.

Se abre la puerta del baño, la señora se despide. Se nos acerca más a la mesa y se va al otro lado a besar a Corina y Alicia, que la miran un poco desconcertadas. La señora nos da su nombre y dice que vive en Dolores, una población a medio camino entre Buenos Aires y Mar del Plata. Que allá tenemos donde llegar cuando queramos, que sólo preguntemos por el estudio fotográfico de Willy, que cualquiera nos indica como llegar. Ahora sí, nos deja todas besuqueadas y se mete al baño. Las tres nos quedamos mirándonos unas a otras. Esto que acaba de sucedernos es muy improbable que haya pasado. Pero pasó. No volvemos a ver a la señora, ni tampoco sé en qué momento salió del baño y se fue sin decirnos ninguna otra cosa, sin volver a decir ni adiós. Nos hemos quedado un tanto estupefactas. Pedimos una porción de torta de chocolate, el único postre disponible, lo compartimos y nos vamos. Somos las ultimas en salir del local. Las muchachas van alegres compartiendo la búsqueda de una Fanta Uva para Alicia. Yo, voy detrás un poco mas lenta con mi pierna accidentada, entre pensamientos de coincidencias que seguramente no son tales.

Así fue como esa tarde, en el barrio chino de Buenos Aires, decidí compartir en el blog que abrí hace un par de años cuando comencé a manejar Uber y Lift allá en el sur de Florida, en los Estados Unidos, lo alucinante de esta experiencia en Buenos Aires, Escribo cada mañana por varias horas. Sin embargo, no he vuelto a incorporar ningún escrito en el blog hace muchos meses. Parece que llegó la hora de desempolvarlo y abrirle sus paginas virtuales. En eso andamos desde hace varias semanas.
El regreso a casa en el subte se me hace mucho más corto que la ida. Nos despedimos de Alicia en la estación de Constitución, donde seguimos camino por la línea B y ella toma el suyo por la línea C. Ciudad de enormes contrastes como buena metrópoli gigantesca que es, Buenos Aires pareciera haber sido una estupenda elección para vivir esta tercera edad de la vida.

Por otro lado, me parece que ha llegado la hora de salir a decirle a esta nueva ciudad lo que puedo ofrecerle. He diseñado un par de volantes con dos destrezas con las cuales intentaré abrirme camino, ya que es más difícil que me den un empleo. Está bien. Lo prefiero de esta forma. Por un lado haré arreglos de ropa y, por el otro, consultas de Terapia Floral de Bach. Lo primero lo he ido aprendiendo de tanto coser. De lo segundo tengo los dos primeros niveles y haré el tercero y último aquí en Buenos Aires. Para ello, ya contacté a la persona más indicada a través de mi maestra, Mariaelena Núñez. Entre una y otra cosa, en el tiempo habré establecido una clientela y una fuente de ingresos. Otra cosa que estoy estudiando, es vender las muchas cosas que fabrico con mis manos en un puestico de fines de semana en el Mercado Callejero de San Telmo, donde vivimos. También las ofreceré por varios portales de internet. Estoy muy entusiasmada. Ya he comenzado a hacer una serie de alfileteros colocados en tazas y platos de desecho, cositas que conseguí en un lugar verdaderamente maravilloso. Pero ése es otro cuento, para otro día.

Mientras, nuestra Vallita nos acompaña desde lo alto del mesón de la cocina. La Coromoto apoyada en la pared es mi compañera mientras preparo nuestras comidas. Ahora la argentina Señora de Luján también se nos ha unido en este círculo femenino que protege a mis muchos amores, ahora regados por todo el mundo. 

Muchas gracias, hija. Todo pareciera indicar que Corina me incluyó en sus planes justo a tiempo. Vinimos a vivir, me dijo. En esas andamos. De nuevo, siempre, gracias. 

6 comentarios:

  1. Querida Elena , leyendo tu relato nos vino a la mente un suceso que tuvimos con los "Santos ". En el año 1999 , mientras yo embalaba nuestra "casa" , Yura compró en una tienda de Antigüedades , además del Tinajero y un banquito estilo colonial , dos Iconos Rusos Ortodoxos ! A pesar de ser agnósticos , queríamos llevar algo muy nuestro a ese nuevo hogar que iba a ser Estados Unidos . En el año 2008 , preparando la Boda de nuestra hija Anna , miramos el album de nuestra ceremonia matrimonial religiosa de 1980 y cual fue nuestra sorpresa , las iconas que había escogido Yura eran exactamente las mismas que tenían las coronas de la Iglesia Rusa Ortodoxa y que sostienen los padrinos de Boda sobre nuestras cabezas !!! Decididamente , las coincidencias no existen !
    Un besito y sigue escribiendo
    Los YUras

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    1. No, las coincidencias no existen, mis queridos amigos. Sabrá Dios o la vida, o el Universo infinito qué zipote son. Qué impresión lo de los santos. Ya me enteraré con ustedes cuáles santos eran.

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  2. Querida Elena: No sabes el enorme placer que me da no sólo leer tu crónica desde Buenos Aires sino también ver que poco a poco te estás abriendo nuevos caminos en esta aventura que has decidido emprender. Un fuerte abrazo

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    1. Gracias, Guillo. Ahí vamos, poquito a poco. Recibe un abrazo y mil gracias por tu compañía.

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  3. Maravilloso relato hermana, ambas sabemos que nuestra Virgencita del Valle, se las trae y se las lleva (sin alusiones personales jeje ��) Recuerdas como nos despertó a ambas aquella madrugada (tú ya viviendo en la Isla y yo en en Ccs) y nos dijo al oído "Alicia pa'Margarita"!!! Coincidencias nada, la Virgen del Valle es maravillosa y se ha convertido en mi Patrona Espiritual!! Gracias por esa hermosa historia y por compartirla con todos nosotros ��

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    1. Así mismo, sister, Coincidencias, nada...! Gracias a ti por estar cerca y darnos tu apoyo.

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