sábado, 7 de abril de 2018

SOBRE DAMNIFICADOS Y PEDACITOS


Antes de comenzar a escribir, hago una aclaratoria en deuda con la publicación de la semana pasada, respecto a mi pana Alvaro González Amaré. En un arranque de amor descontrolado como el que siento por él, escribí que nos une una amistad de cincuenta décadas. No es verdad. No le conocí navegando en un galeón español durante la Conquista Española de Venezuela, sino a bordo de su Frikito, un Volkswagen lindo que Alvaro manejaba entonces, yo sentada en las escaleras de la panadería caraqueña La Flor de Altamira con mi amiga Mercedes, él y su amigo Mariano piropeándonos y tirándonos besos desde el carro medio mal estacionado en la calle frente a nosotras. Eso tan lindo que sólo sabemos hacer magistralmente a esa edad que todos teníamos aquel día de 1972. La vida nos tenía reservadas un montón de sorpresas a los cuatro. Yo habría de ser algún día, entonces no tan distante, la madrina de la boda de Mercedes y de bautizo de su primera hija, Yira.  Mariano, sería mi novio por los siguientes dos años. Alvaro, se hizo mi amigo de toda la vida. De veras no se puede pedir mucho más de un encuentro vespertino a los veinte años en Altamira, en aquella Caracas.

Como tampoco se puede pedir más de cómo las cosas han sido para nosotros, a lo largo de nuestras vidas. En todos y cada uno de esos aspectos que nos conforman como personas. Nuestros pedazos que nos hacen ser quienes somos. Quienes nos hemos vuelto. No sólo Alvaro, Mercedes, Mariano y yo misma. Todos nosotros. Esos que éramos y seguimos siendo los muchachos de esa generación. Eso que nos distinguía entonces y aún hoy día nos distingue. Eso que algunos llamamos gentilicio, que nos define como venezolanos. Esa generación de muchachos que presenció y vivió en primera persona la transformación de Venezuela de una nación buscando su futuro, a una tierra de nadie en absoluto descontrol económico, político y social. Sentados en primera fila vimos cómo nos hicimos pedazos. 

Por eso hoy salen hoy a colación los pedacitos y los damnificados. Por esos muchos pedacitos que somos. Individual y colectivamente. Eso que nos conforma. Que nos define.

Me pregunto si será que las sociedades no somos en realidad un “todo” grande y sólido. Estructurado y compacto. Más bien pareciera que las personas y las sociedades en las cuales nos agrupamos, somos realmente un conjunto de pedazos, reunidos alrededor de una idea que nos hacemos de nosotros mismos. Eso parecemos ser, trozos pegados unos con otro. Un conjunto de pedazos, de historias, de aprendizajes, de días, de sueños. Una narración que vamos contando mientras nos sucede. Eso que nos vamos inventando, que a falta de mejor concepto le llamamos historia. La realidad y los sueños de todos a una, como en Fuenteovejuna. Gentes que se miran y se reconocen como pares de tanto hacer las mismas cosas. Reunirse alrededor de la misma comida. Bailar la misma música. Llorar los mismos muertos y sentir las mismas alegrías. La palabra paisano llena de nostalgia. Eso que iguala sin explicación.

Sin embargo ahora mismo, para esos pedazos que nos hemos vuelto los venezolanos, la cosa no pinta nada fácil de recomponer. Pareciera que hay mucho que sanar primero, antes de comenzar a pegar pedazos por aquí y por allá, a ver si nos volvemos a parecer a esos venezolanos que conocemos. Eso que tanto nos gustaba de nosotros mismos. Porque en el accidente fatal que ha sido nuestra historia contemporánea de los últimos años, la pérdida fatal más sensible ha sido ese recurso natural no renovable tan valioso, nuestra gente joven. Por muchos pedazos nuestros que intentemos poner en ese hueco del rompecabezas, siempre nos faltará esa generación.  Se hayan ido o se hayan quedado en del país. Eso quizás sea lo más complicado. Porque siento que la gran mayoría de nuestros muchachos venezolanos están hechos pedazos. Y están, además, damnificados. Donde y cómo quiera que estén. 

Hace unas semanas, aquí en Buenos Aires, le damos posada a una muchacha venezolana en nuestro reducido apartamento tipo estudio, una amiga de Corina desde hace varios años. En este “monoambiente”, como le llaman en Argentina a estos espacios pequeños, es donde desde hace tres meses hago campamento con Corina, Francisca, el taller de costura, un micro taller de Corina y el consultorio de Terapia Floral de Bach, una mínima cocina, un balconcito y un baño. En realidad, la historia de la venida y la estancia de esta chica es mucho más compleja, pero sólo diremos eso, que es una amiga de Corina a la cual le hemos abierto nuestro modesto hogar porteño para llegar a establecerse en Buenos Aires, en su huida de una Venezuela que les mata de hambre y miedo a ella y a su familia.  Sintetizo.

A nuestro hogar llegó a refugiarse una joven mujer venezolana totalmente hecha pedazos. Emocionalmente disfuncional en grado extremo, muy pronto nos damos cuenta que tenemos en casa a alguien que está completamente roto. Una damnificada que no sólo perdió hace años el piso que sostenía su vida, sino que ha vivido por tanto tiempo siendo damnificada en su propia vida, que ya no recuerda cómo vivir de otra manera. Mucho más grave aún, que tampoco parece poder tolerar que se viva de ninguna otra forma. Que resiente y agradece todo en una misma frase. Que te mira de soslayo, que llora por los rincones, que no afloja eso a lo que se agarra, aunque le digas una y otra vez que ya no le sirve para nada en su nueva vida. Que quiere creerte pero que no puede hacerlo. Una sufrida paradoja hecha gente.

Con esa fuerza telúrica que es la desesperación, los venezolanos llegamos a tierras extranjeras corriendo como locos a conseguir cómo ganarnos la vida, cómo comenzar a enviarle ayuda a nuestra gente que se quedó atrás, como planificar para irlos sacando de uno en uno. A las tres semanas, esta chica ha conseguido lo imposible. Tiene dos trabajos. Dos sueldos, casa y comida. Cuida a una señora mayor de lunes a viernes.  Los viernes se va a cuidar a otra abuelita hasta el domingo. Su gasto mayor es ahora ese pasaje entre las dos abuelas que cuida. En Margarita, donde vivía hasta el mes pasado, su sueldo de maestra primaria en una escuela pública le alcanzaba para comer dos días. En un hogar de seis adultos y una niña de cuatro años, la paga de los cuatro adultos con trabajo, apenas alcanza hasta el día 20 de cada mes.  Ella es la única en el grupo familiar con pasaporte vigente, así que queda designada para emigrar. Su idea fija es encontrar la manera de ir sacándolos a todos. Salvarlos de esa situación a la que no se le ve una salida cercana. Esto parece ser la única cohesión de sus pedacitos rotos.

El damnificado es un ser humano que está en una minusvalía emocional tan gigantesca, que no es capaz de dar nada. Nada de nada. No puede ni tan siquiera ver al otro. No se siente bien ni dentro de su propia piel. Nada le sirve. Está todo magullado. Ha sufrido por demasiado tiempo. Es como un preso de conciencia al que de pronto le sueltan a la calle, luego de años de cautiverio y aislamiento. Está desorientado. No sabe bien qué esperar, a dónde ir. Sólo sabe que debe ganarse la vida para salvar la de los suyos que dejó allá atrás, dentro de los calabozos. Lo demás, no importa nada, casi en absoluto. Lo hemos vivido en casa. Lo hemos visto suceder.

Desde que esta chica salió a sus nuevos trabajos la semana pasada, me pregunto una y otra vez cómo nos sanaremos de esto que su visita nos puso aún más en evidencia. Porque para recomponer algo que está tan roto y con tantos pedazos faltantes, se necesita mucho más que oponerse al régimen criminal que nos ha fracturado el alma de esta manera.  Cuánta higiene mental habrá que aplicarnos. Cuánto amor. Cuánto perdón. Cuánta reflexión exigirá de nosotros. Cuánto más karma sin resolver habrá que enfrentar y sanar de una buena vez y para siempre.

Esa buena muchacha que llegó a nuestro nuevo hogar en Argentina, no pudo verse en nosotras. No vio en nuestra vida casi nada en lo cual reconocerse a sí misma. No ve nada que le da tranquilidad ni confianza. Todo lo contrario. Su poca flexibilidad la vuelve un problema. Nosotras tampoco estamos para ser muy flexibles. Pronto se nos ven a todas esas precarias costuras con las que intentamos unir nuestros propios pedazos. No nos hacemos bien. Todas adoloridas, sabemos que cada quien tiene que resolver por su lado.

Se me ocurre que de ésta y muchas otras experiencias parecidas, será que saquemos la verdadera ganancia en la vida que nos ha tocado vivir a los venezolanos de fines del siglo XX y comienzos de XXI. Que quizás sea de esta ganancia de dónde obtengamos lo que necesitamos como un gentilicio digno, en el cual vernos reflejados la mayoría. Con orgullo y alegría.

Porque para ese entonces, habremos vuelto a erradicar el paludismo y el dengue. El Guri estará siendo el orgullo tecnológico que le corresponde. La gente con pocos recursos también tendrá acceso a una productividad y unas riquezas planificadas y bien distribuidas. Porque será mejor y más barato que diga Hecho en Venezuela. Porque tu principal competidor no es ya un Estado omnipotente, multimillonario mono productor, corrupto y corruptor sin freno posible. Porque el ser humano estará por encima del imperio de una ideología o demagogia. Porque las fuerzas sociales, políticas, económicas, industriales, militares, laborales, religiosas, entre otras tantas, se volverán a reunir en un nuevo Grupo Santa Lucía, para repensar a Venezuela con la mejor planificación posible. Nuevos IESA que habrán de surgir cuando ya no seamos unos damnificados con tantas urgencias de supervivencia. Muchos muchachos de regreso, otros planes Mariscal de Ayacucho. Más disciplina, menos guiso. Ojalá.

Nuestros pedacitos mejor acomodados hacen una hermosa imagen. Nosotros lo sabemos. Tantos otros países que nos reciben con los brazos abiertos, también lo saben. Porque pueden ver en nosotros que, aún en pedazos, nos alcanza la fuerza para ser una mano de obra excelente, fuerte y luchadora. Así como le alcanzó a esta muchacha venezolana que recibimos en casa hace apenas un mes, una damnificada que lo ha perdido casi todo, y a la cual le vimos conseguir lo imposible en tres semanas.

Habrá que aprender a usar esa energía en favor común cuando toque reconstruirnos, por fuera y por dentro también. Quiero creer que es posible. De verdad, ojalá.

5 comentarios:

  1. Estimada Elena
    Nos alegra que continúes con tus relatos.
    Este en especial tocó una nota sensible a Betzy. Su abuela caraqueña, que por mala suerte pasó la segunda guerra mundial en Hamburgo. Cuando se le preguntaba, cómo había sido eso de vivir una guerra, ella lacónicamente contestaba: " Terrible, Betzyta, no había mantequilla"
    Ella viuda, vivía en una casa grande en la Adolfstrasse junto con su hijas. Además estaban su padrastro Fleury, y su criada negra de Barlovento, Victoria Montenegro con su papagayo. Para la abuela Clarita esta circunstancia era muy provechosa, evitaba que le asignaran alguna familia sin techo (damnificada) para que compartiera su hogar. A los inspectores que le recomendaban hacer dormir a su padrastro Fleury con la negra Victoria, para así poderle abrir un espacio a algún ciudadano en situación de calle, ella les decía: "No creo que al Führer le vaya a gustar que una negra duerma en el mismo cuarto con un ario, eso sería envilecimiento de razas!"
    Y así fue, no le ubicaron familia necesitadas.
    Que bueno de tu parte ayudar a una compatriota.
    Un abrazo
    Los YUras

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mis queridísimos amigos, me deben ese cuento de la abuela Clarita en Hamburgo, con el padrastro Fleury,Victoria Montenegro, la negra barloventeña y el papagayo en Adolfstrasse... en plena Segunda Guerra!!!Voy en mayo si nadie el consulado ha leído el blog y me dan la prórroga del pasaporte venezolano. Bueno, si no me la dan, viajaré igual pero con un poco más de explicaciones que ir dando por todos lados. Así que espero vernos y pasarnos un día juntos echando cuentos.Los extraño mucho. Nos gozaremos cada minuto que pasaremos juntos. Los quiero mucho. Gracias por acompañarnos.

      Eliminar
  2. Querida Elena: He estado siguiendo tu periplo a la Argentina con atención para saber que mi amiga se encuentra bien y para disfrutar de lo que sabía sería una sabrosa narrativa de los acontecimientos. No me has defraudado; este es sin duda la más sentida y más emocional de tus entregas. Bravo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido Guillermo, un millón de gracias por tus palabras llenas de cariño, y muy especialmente por tu compañía. Buenos Aires es otro planeta. Sé que muy pronto comienzo a escribir sobre ello. Estoy estupefacta y encantada. En lo que me sienta en un peso más cómodo tomaré clases de tango. En lo que ahondas un poco en la vida argentina, te vas dando cuenta de que esta ciudad, este país son enteramente un mundo distinto al nuestro. Es aterrador y fascinante.
      Recibe mi cariño de siempre y un abrazote. Y gracias.

      Eliminar
  3. Esta historia tuya me lleno de dolor y pena ajena realmente! Pobre muchacha, pobres nuestros muchachos que pasan trabajo, pero es verdad de esta manera se hacen fuertes a juro! Esperamos que podamos recojer los pedacitos y armar el rompecabezas de nuevo, no nos tocara a nuestra genracion, pero siempre podemos ayudarlos y empujarlos! Un beso enorme, gracias por escribir tan lindo!

    ResponderEliminar