Venimos
caminando con el carrito de las compras, de regreso del abasto de los chinos.
Voy delante salvando obstáculos en las accidentadas aceras. Deben ser ya casi
las seis de la tarde. San Telmo anda lento los domingos.
De allá para acá
vienen caminando dos señoras mayores, una en el brazo de la otra. Nos cruzamos
con ellas al tiempo que nos detenemos las cuatro por lo estrecho de la acera.
Escucho que la que luce mayor pregunta: “¿Cuánto falta para llegar?”. “Unas
tres cuadras”, le responde la otra señora. Justo estamos a su lado, pues la
acera con ellas paradas allí nos obliga a detener el paso. Miro a la señora muy
mayor que ha preguntado, y le veo los ojitos angustiados por esas fatídicas
tres cuadras faltantes. Ahora mis caderas saben lo que son tres cuadras al
final de la tarde. Le digo con la mayor dulzura que puedo y en tono de broma, “
¡Son tres cuadritas, ya estás llegando! “, y le sonrío. Estamos a su lado. La
tarde ha refrescado bastante. La señora mayor vacila un poco y luego suelta una
hermosa risa que nos contagia a las cuatro. La que le lleva del brazo nos dice
algo y le reconozco el acento de inmediato. Es una mujer delgada y no lleva suéter.
Es venezolana. La otra es argentina. Se le nota lo porteña de pura cepa, un
fino abrigo de cashmere verde, varios anillos de verdad, verdad, un poco demasiado
grandes en sus dedos flacos. La que la lleva es su cuidadora. De un salto nos
ponemos a conversar en venezolano y la porteña interviene de tanto en tanto.
Nos damos cuenta que la señora más mayor tiene una condición de bastante
minusvalía, quizás algo de senilidad o Alzheimer de comienzo. Aún así, nos dice
que lo que sucede en Venezuela es una verdadera tragedia y que lo lamenta
mucho. Le acaricio el hombro que tengo muy cerca y le doy las gracias. Me mira
con un enorme cansancio. Sus ojos están llenos de preguntas silentes. Mientras
tanto, Corina y la señora venezolana están conversandito. Me les uno.
Se
llama Ana María. Llegó hace tres meses. Sus hijas tienen varios años aquí en
Buenos Aires y le han traído para que esté con ellas. El esposo se quedó en
Caracas. Se niega a dejar sola su casa. Otra familia rota. Hace la
suplencia de una amiga que cuida a esta señora de modo permanente. Han salido a
dar su paseo diario. Nos hemos topado con ellas ya de vuelta. No son sólo los
muchachos los que se van. Ahora tampoco los viejos queremos quedarnos en una
Venezuela que no nos quiere.
La
primera pregunta siempre es sobre el trabajo. “¿Qué estás haciendo? ”, una
silente consigna que casi explica por qué estamos tan lejos de casa. Esa es la
tarjeta de presentación, mucho más que el nombre y el apellido, que ahora, aquí
ya no significan nada. Lo mismo que los títulos y postgrados. Igual que no dice
nada tampoco la quinta en Macaracuay, ni la finca en Guárico ni nada de nada de
lo que ha quedado atrás. Mientras más hablamos con otros venezolanos en
esta diáspora, es inevitable también caer en cuenta de que eso que somos, eso
que nos identifica, eso tampoco vale nada en ése lugar de donde venimos. En
nuestro propio país quiénes somos ahora tampoco vale nada. Absolutamente nada.
Se nos ve en la cara. Un desencajado asombro del que no se cree la perversa destruccion
de lo suyo, y que aún desencajado sigue para adelante diciendo con y sin
palabras quienes somos, lo que sabemos y valemos. Es una tarea muy interesante.
Un buen reto. Nada con lo que no podamos. Habrá que recordarlo cada vez que se
nos olvide.
Ana
María es psicólogo clínico. Egresada de la Universidad Central de Venezuela.
Con postgrado en Teología de la Universidad Católica Andres Bello, y de
Filosofía en la Universidad Simón Bolívar. Está rondando los cincuenta y dele.
Lo
extraordinario se nos está comenzado a volver cotidiano.
Le
hablamos de un lugar que conocemos donde podría ofrecer sus servicios quizás como “coach de vida”, ya que no como
psicólogo con un título que aquí ya no dice mucho. Intercambiamos emails,
nos abrazamos con una dosis agregada de esta solidaridad que ahora hace parte
de la vida cotidiana. Seguimos nuestros respectivos caminos en direcciones
opuestas de esta acera en San Telmo.
Afortunadamente
los jóvenes con los que nos hemos topado aquí no cargan esas ojeras de profunda
tristeza que tenemos los viejos venezolanos, estemos transitando este exilio
forzado, o sigamos luchando allá en casa por defender el fuerte. No nuestros
muchachos. Ellos no. Sus miradas siguen buscando en el horizonte y te regresan
las ganas de seguir caminando las cuadras que hagan falta para llegar
nuevamente a casa. Un nuevo hogar que habrá que construir con el esfuerzo
conjunto. Viejos y jóvenes, cada quien en lo suyo.
Por
haber estado aquí antes, Corina me esta dando mis clases diarias de vida porteña,
devenida en profesora de Subte, buses, abastos de chinos y fruterías de
bolivianos. Mientras tanto, intento poner mi granito de arena cocinando
para las dos, escribiendo estas crónicas y sosteniendo quién soy en cada paso
que voy dando.
Hoy
veré a otro cliente como terapeuta de Flores de Bach, algo que aprendí en
Caracas hace mas de diez años, y que he venido estudiando por mi cuenta desde
entonces. Algo que sólo ha sido de uso estrictamente personal o familiar, y que
ahora, se me volvió un oficio en este paraíso de terapias alternativas que es
Argentina. Ya estoy anotada para el nivel de formación más alto que aún me
falta. Lo completaré en julio de este año. Mientras tanto, con lo que sé y lo
que estudio a diario, tengo para atender con cuidado a mis primeros
consultantes.
Otra
sorprendente fuente de ingresos ha sido haberme vuelto costurera que hace arreglos
de ropa desde casa. La entusiasta respuesta de tantas llamadas y consultas a
estas dos propuestas de trabajo, le han dado un sorpresivo giro a las cosas esta
semana, a dos meses y medio de haber llegado a la ciudad. Además de una incesante
búsqueda del empleo apropiado y del amoroso entrenamiento para hacerme una adecuada
usuaria de Buenos Aires, ahora también a Corina le comienzan a caer sorpresas
gratas que le devuelven su imagen en este espejo borroso que es emigrar, pues unos
jóvenes vecinos le han pedido que les tome como alumnos de dibujo y pintura. También,
porque el entusiasmo nos alcanza para ello, y por lo contentas que nos mantiene
el tener ocupadas las manos, estamos planeando unas líneas de objetos hechos a
mano que llevaremos a vender los fines de semana en varias ferias artesanales
de la ciudad.
Ya
lo dijo la inglesa George Sand, nunca es tarde para ser quienes realmente eres.
Le creo. Somos la viva prueba de ello.
Gracias.
Gracias. Gracias. Por todo. Siempre. Muchas gracias.
Como siempre muy conmovedor tu nuevo relato ! Nos alegra saber que ya tienes algunos clientes que necesitan tus conocimientos terapéuticos de las Flores de Bach . No recuerdo donde leí , que la experiencia migratoria aumenta el auto conocimiento ! Por eso es tan importante que tomes el curso en Julio y así obtengas tu titulo profesional en esta rama de la medicina homeopatíca tan positiva para la salud y sin duda alguna satisfacción personal . Gracias por tus cuentos que ya se han convertido en nuestra rutina tempranera con el primer cafecito del Sábado ! un abrazo fuerte,
ResponderEliminarlos Yuras .
Hola mis amores Yurásicos... ustedes me esperan y yo los espero cada fin de semana. En efecto, poquito a poco vamos poniendo un pié delante del otro para lentamente ir caminando otra vida, otra vez. Estamos bien pero no desestimo en absoluto el inmenso valor que tiene la compañía de los panas como ustedes, mis amigos-hermanos.
EliminarEl mediecito brillante que me regalaron cuando salía de Florida me acompaña a diario y me recuerda quiénes somos. Qué regalito tan especial, queridos míos.
Los extraño mucho pero está todo bien, como dicen los argentinos.
Mi cariño de siempre para los dos, mis panitas.
Es una lectura tan refrescante ...un libro in the making! Un diario compartido. Tu Luz no cesa ni cesara. ..solo se movio al sur para alcanzar a otros. Abrazo fuerte querida Elena!
ResponderEliminarRecordada Angélica, mil gracias por tu amorosa presencia, siempre haciendo un ratico para extender tu afecto hacia los otros. Un abrazote para ti y los tuyos, querida amiga.
EliminarCómo siempre me encanta tu manera de escribir, uno puede verte en ese momento de la cotidianidad, se ve que estás cogiendo el paso, muy bien! Sigue así ya verás que llegas lejos rapidito! Un abrazo!
ResponderEliminarGracias, Gun-Marie, es muy sabroso habernos hecho amigas. Ese conseguirnos una en la otra aún sin conocernos en persona y saber que tenemos tanto territorio en comúm. Disfruto enormemente de tus fotos en FB e Instagram. Tienes una mirada privilegiada y eres una "hooker" de lujo. Tus tejidos me atrapan entre los hilos y no sabes lo que me gustaría tener uno en mi nueva vida.
EliminarGracias por la palmadita en la espalda que siempre que puedes me das.
Un fuerte abrazo.