“La duda puede proyectarse en los campos de la decisión y la acción, o afectar únicamente a la
creencia, a la fe o a la validez de un conocimiento. Si le antecede una
"verdad" convencionalmente aceptada, la duda implica
inseguridad en la validez de ésta.”
Sobre
la Duda Cartesiana, Wikipedia, La Enciclopedia Libre.
Temprano esa mañana voy a buscar un pasajero
que me ha llamado desde Davie, a unas 2 millas de mi casa. Me encuentro a una
joven señora embarazada, acompañada por un par de niños de unos nueve o diez
años. Van a la escuela cercana, pero está tan cercana que, por estar a menos de
2 millas del colegio, no les corresponde transporte. Son venezolanos.
La joven señora es hija de un
sirio-venezolano y una venezolana. Los niños, el hijo mayor de ella, y el otro,
el mayor de su esposo, ambos de nueve años. Acaban de llegar de Venezuela. Tienen
tres meses aquí en Florida. Han estado quedándose en la oficina y luego en la
casa de su abogado de inmigración, otro venezolano. Tienen dos días en esta
comunidad de renta donde los he recogido. Ella no se llama Layla, pero la
llamaremos así. Tiene ocho meses de
embarazo. No tienen nada. Nada de nada. Ni camas, ni muebles, ni ropa, ni cuna,
ni coche, ni televisor. Nada. Están durmiendo en el suelo en unas colchonetas y
colchones inflables, mientras resuelven.
El esposo de Layla tampoco se llama Antonio,
pero así le llamaremos. Antonio ya trabaja en una constructora. Va y viene en
una bicicleta que le prestó el jefe. Consiguió el trabajo en una cola del
BurgerKing cercano, a donde fueron a comprar un combo de $5 para compartirlo
entre los cuatro, Layla, Antonio y los dos chamos. Por diecisiete años, Antonio
ha sido funcionario de aquello que llamábamos PTJ, la Policía Técnica Judicial,
ahora llamado CICPC. Seguiremos llamando PTJ a ese cuerpo policial, a los
efectos de esta historia. Antonio tiene treinta y cinco años, lo cual dice que
la mitad de su vida la ha pasado trabajando para la PTJ. La mayoría de los
venezolanos le tenemos una profunda antipatía tanto a la PTJ como a sus
funcionarios. Me incluyo. Antonio se ha ido ocupando de romper ese paradigma,
pero eso es otro cuento.
Me vengo a mi casa al final de ese día que
había comenzado llevando al colegio a los niños de Layla y Antonio, y pongo un
aviso en una página de Facebook para mamás que viven en el Sur de Florida,
Mamarama. Allí echo el cuento de Layla y explico que necesitan de todo. Las
contribuciones llueven generosas y han seguido llegando aún hoy, que ya ha
nacido el bebé y tiene cerca de un mes. La más conmovedora la hizo una pequeña
niña norteamericana de unos seis años, cuyos padres nos dieron un montón de
cosas, a lo cual ella quiso agregar un billete de $5 que sacó de su dinero del
Ratón Pérez, o el Hada de los Dientes, como la llaman aquí en los Estados
Unidos.
Muy pronto Layla se da cuenta de que tienen muchas
más cosas de las que van a necesitar. Rápidamente se pone a publicar en páginas
de las redes sociales locales lo que está disponible. Comienzan a aparecer por
su casa un montón de otras venezolanas embarazadas en igual o peor situación
que la de Layla y su familia. La mayoría de los que vienen a recoger los
donativos son jóvenes familias venezolanas pidiendo asilo político en los
Estados Unidos, intentando establecerse en el Sur del estado de Florida. Es en
medio de esa repartidera cuando se presenta la duda, esta duda cartesiana que
nos ha puesto a todos a dudar de lo que creemos como verdad, nuestra verdad en
el exilio.
Una tarde llama a Layla una joven venezolana,
respondiendo al aviso ofreciendo lo que hay para regalar. Le hace falta de
todo. La joven le cuenta por teléfono que está recién embarazada. Su esposo,
los niños y ella también están pidiendo asilo político, llegaron hace unos
meses y están muy necesitados. Quedan en verse más tarde, al final del día.
Cuando Antonio llega a su casa al salir del trabajo, Layla le avisa que vendrá
esta señora a ver unos muebles y cosas para el bebé que ellos no van a usar y
que ella ha ofrecido por las redes sociales. Cerca de las siete esa noche,
llega la joven señora. Mira y mira las cosas, y pregunta si su esposo puede
subir a ver los muebles, ya que para no molestar se ha quedado abajo en el
carro con los otros niños. El hombre sube al apartamento y, al verlo entrar,
Antonio se queda de una sola pieza, clavado en el piso. En la puerta del
apartamento está el fiscal que puso preso a Leopoldo López, allá en Caracas. El
mismo que se vino huyendo del gobierno chavista a “pedir cacao” en los Estados
Unidos, ahora un refugiado político más en este confuso exilio venezolano del
Sur de Florida.
“Yo a usted lo conozco, Fiscal”, le dice
Antonio desde la cocina al recién llegado. “Usted trató de inculparme y meterme
preso cuando los muchachos aquellos que aparecieron muertos en Punta de
Mulatos. Y usted fue el fiscal que metió preso a Leopoldo López. ¡Qué vainas
tiene la vida! Mírenos ahora: usted en mi casa llevándose una ropita para el
carajito en camino y unos muebles que nos han regalado para echarnos una mano.
Todos montados en la misma lancha, fiscal”. La señora y su esposo, el ahora ex-fiscal
venezolano, se llevaron unas cositas para el bebé y quedaron en volver por los
muebles. Nunca se ha sabido más de ellos.
“Pienso, luego existo”, nos dijo Descartes. Y
nosotros tan filosóficamente generosos como siempre, decimos: “Es venezolano,
luego le echo una mano.” Bueno, este cuentico de hoy parece decirnos que sí,
pero que no tanto. Sí, es verdad, que estamos aprendiendo a ayudarnos. Sí, nos
estamos portando mejor entre nosotros mismos. Sí, hay una nueva camaradería y
unas relaciones de amistad, casi de familia, que las establece este exilio
forzado de más de dos millones de venezolanos, ahora regados por el mundo
entero. Sin embargo, lo corteses no nos puede quitar lo valientes. Antonio, el
ex – petejota devenido en asilado, supo llamar las cosas por su nombre. Aquí el
asunto no parece ser solamente si éramos o no chavistas en Venezuela. En esta
historia venezolana reciente que se escribe ahora mismo, pareciera que las
cosas no son tan sencillas como parecen a simple vista. Como dice la definición
de la duda cartesiana en Wikipedia, cuando hay una verdad que antecede a una creencia, ésta puede invalidar
dicha “creencia”. Eso de que en el exilio todos los venezolanos debemos
ayudarnos, pareciera entonces tener sus bemoles.
He quedado preguntándome
desde el día que Layla me contó lo ocurrido en la cocina de su casa, qué
habrían hecho Lilian Tintori o los padres de Leopoldo López, en semejante
disyuntiva, frente a tamaña duda de conciencia. Quizás sea sólo Dios quien lo sepa.
Nosotros nos hemos quedado con la duda. Qué tristeza de situación.
Hollywood, Florida, Domingo de Pascua, marzo
27-2016