sábado, 10 de marzo de 2018

DUELO


Hay una vieja película con una versión de Robinson Crusoe, cuyo protagonista es el actor británico Peter O’Toole. En ésta hay una escena que me acompaña en la memoria desde hace años.Un actor negro que personifica a Viernes, el fiel compañero de Crusoe en la novela, se ha pasado toda la película hasta entonces sonreído de oreja a oreja, aún frente a las más diversas dificultades, pero ese día se desaparece y no llega a su trabajo donde el amo Crusoe lo ha esperado toda la mañana. Ya entrada la tarde, Crusoe va en su búsqueda y lo encuentra sollozando, en cuclillas, bajo la sombra de un árbol. A las preguntas del amo, Viernes le contesta que hoy no ha ido a trabajar y que se ha pasado el día allí llorando muy triste, porque hoy es el día del llanto, ese día en que lo dejamos todo y permitimos que la tristeza nos alcance y nos arrope. Es el da de llorar. El fiel Viernes le explica al sorprendido Crusoe que ésta es una costumbre que su tribu cumple celosamente para mantener el equilibrio de las cosas.

Pareciera que los venezolanos nos hubiéramos aprendido el guión de esta vieja película. 

Desde hace ya casi dos décadas, este día de llorar nos agarra sin compasión a todos y cada uno de nosotros, donde quiera que estemos. Una tragedia que entonces llamamos "vaguada", que comenzó en diciembre de 1999 y que no ha terminado aún, nos azota el alma sin descanso desde los comienzos del siglo XXI. En aquellos días fue un agua enfurecida que se llevó consigo a miles aún no contabilizados adecuadamente. Ríos desbordados y cañones que lanzan enormes piedras rodando cerro abajo por las laderas del Avila. Esa tragedia que no fue de Vargas sino del país entero, entonces y ahora. Ya desde antes, desde diciembre de 1998, y una tras otra, hemos vivido un verdadero rosario de calamidades. Ahora esta diáspora venezolana que se viste de vaguada. De tragedia. El desborde de una locura que se ha llevado consigo a millones de venezolanos lejos de su casa y de lo que creían era su futuro. En sus muchas y perversas formas, esa rabia despiadada que se nos echó encima, que nos ha ido destrozando por dentro y por fuera. Nos hemos defendido. Claro que nos hemos defendido. Pero nuestra defensa no ha sido aun ni suficiente ni coherente, a pesar del precio pagado por sostenerla.

Hay tantas razones por qué llorar. Es mejor pasar este duelo avisados, preparados para enfrentar las ausencias. Que nadie diga que no nos lo avisaron. El desarraigo es tremendo. No tener idea cierta de donde estamos parados. Esta diáspora tiene ya demasiados años rodando por encima de los venezolanos. Nos ha arrastrado a todos, estemos o no viviendo en el territorio nacional.

Yo quería envejecer en mi tierra, con mis hijos y nietos. En paz. Pero la vida se nos ha ido rompiendo en tantos pedazos que ya no es posible reconocernos en ninguno. Sin embargo, en gran paradoja, como casi siempre en estos casos, en cada pedazo nuestro somos nosotros por entero. Como minúsculos todos que se encuentran y se separan constantemente. La tarea por venir ya esta aquí y se reduce a darle sentido a este rompecabezas literal en el que nos hemos convertido. Siento que las emociones siguen su curso natural. Ocurren en la secuencia que les corresponde. Igual, nos duele mucho.

Se que este duelo incipiente es el preámbulo de una des-idealización que viene en camino.

Hoy recuerdo los muebles extraviados de mi abuela Nolita. Esta mañana amanecí dolida por mis bibliotecas y muchos de mis libros abandonados a su suerte en varios de los caminos transitados. Quedarse agarrada de los corotos no es ni nunca será mi estilo, con esta personalidad gitana que mis hijos conocen tan bien. Pienso en mis telas, mis materiales textiles reunidos por años de transitar este oficio, pienso en la obra de mi hija Corina, sus marcadores y pinturas, lienzos, bastidores, hilos y sedalinas de bordar, los centenares de envoltorios vacíos de muchos paquetes de harina PAN que reúno cuidadosamente desde hace años para mi trabajo textil. Todo quedo atrás. Esperando.

Hoy, después de muchas semanas de disciplinado optimismo, el duelo toca la puerta. Corresponde invitarlo a pasar.

Leo los textos heridos de Leonardo Padrón y Sumito Estévez que han rodado por las redes sociales. Leo los desgarrados insultos que mi amigo, el artista Carlos Quintana, echa al viento diariamente en Facebook contra un plan de cambio que acabó siendo de exterminio. Escucho los audios de artistas emergentes que cantan con un odio y sed de venganza que me repugnan y complacen en paradójica dicotomía. Es que los venezolanos estamos todos bastante chiflados.

Chiflados y tristes. Todos.

El nuestro es un duelo lleno de rabia. Aquí en Buenos Aires, en estas pasadas semanas del comienzo de nuestra nueva vida argentina, vemos al menos un venezolano al día con el cual nos cruzamos en nuestro camino. Caminando en la calle y escuchando el acentico por aquí y por allá en trocitos accidentados de conversaciones que te pasan por al lado. Despachando tus medialunas en la confitería de la esquina, una dulce niña de triste mirada, ésta es venezolana porque si, y en efecto en lo que abre la boca lo confirmas. La mesera que te atiende en un pequeño restaurante donde te refugias, huyéndole a este indescriptible calor de horno encendido que es Buenos Aires en verano, esa muchacha de trenza larga de medio lado que te sonríe franca y te pregunta si quieres algo frío para refrescarte, esta también es de Caracas, de Caurimare, acaba de llegar y se vino en autobús. Los muchachos gochos de San Cristóbal, estos que te traen una mesa que has comprado para hacer tus arreglitos de costura, el trabajo de una artista textil venezolana emigrante, que vuelve a comenzar cuantas veces haga falta, mientras el cuerpo aguante. Entonces… cuántos somos, por Dios, los que nos hemos ido de Venezuela? Parecemos muchos mas de ese diez por ciento que hablan en las encuestas que leemos.

Hoy hablamos de este duelo que compartes en los muchos abrazos y cuentos que van y vienen cada vez que te cruzas con un paisano. Y es que aprendemos a reconocernos desde lejos, en los más mínimos gestos. Este pasado sábado de Carnaval, caminamos por la calle de vuelta a casa y veo venir por la acera a un niño pequeño que viene disfrazado de algo verde con capucha y todo. El muchachito viene brincando y le huye a la mano de las dos mujeres, una mayor que la otra, que lo tienen flanqueado de lado y lado. Un carricito que salta y salta, cantando algo que no entiendo. A medida que se acercan, Corina me dice, “Mira, ese parece un chamito venezolano con esa brincadera que trae”. Y de pronto mi hija grita, “Pero mamá, si ésa es Sacha, de la Reveron…!!! ”. En efecto, mi alumna Sacha viene con su hijo disfrazado de Gekko y la otra mujer es su madre recién llegada, y son esta gente que se nos aproxima reconociendo ella ahora a su compañera de estudios y yo a mi alumna de Arte Textil, allá lejos en Caño Amarillo, en la amada escuela de arte Armando Reverón. En aquella otra vida. Gritos, abrazos, presentaciones, ojos aguados, cuentos que nos atropellamos en ambas direcciones. La mamá de Sasha se vino a cuidar a su nieto, tiene una semana aquí y se vino en bus por la selva amazónica. Todavía se le ve el susto en la mirada. Retuerce las manos delgadas en angustioso intento de describirnos la travesía. Ahora también nos estamos yendo los viejos. Dejamos atrás las casas, los vecinos y a los amigos de toda la vida, nuestros hábitos y lo que nos quedaba de las costumbres que nos hacían ser el nosotros que conocemos.

Y los que se quedan, que? Desde mi laptop y el celular veo a mi tía en Guacuco dando la pelea con sus clases de italiano en su casa, y te parece que como si nada. Escucho a mi hermana Alicia con ese entusiasmo de niña alegre que siempre anda con un proyecto nuevo, y te suena a que como si nada. Comparto casi a diario con mi prima Cristina, también desde allá en la isla querida de Margarita, los cuentos de las colas por el pan, la lucha con los precios, y de verdad te crees por un rato que se han acostumbrado a vivir de esa manera. Pero no es verdad. Nadie en Venezuela, ni los mismo adeptos que aún le quedan a este macabro y malhadado proyecto socialista, se quiere acostumbrar a vivir de esta manera. Nadie.

Este duelo nos ha arropado a todos. A los que ya no estamos. A los que siguen allá. A los que no saben qué hacer. A los que ya saben lo que harán. A todos.

Habrá que vivirlo y vestirse de oscuro. Habrá que esperar hasta que los días nos vayan regresando la serena aceptación de que esto es lo que hay.

Hasta entonces, reservamos una porción de nuestra alegría para cada llamada que hacemos, cada chat con la familia, cada vez que nos ponemos en contacto con la carencia y la rabia de este duelo compartido del que se aleja y del que se queda solo. Duele mucho. De ambas formas.

No hay de otra. Habrá que entromparlo. En eso andamos. Unos dias son, de veras, mucho mejores que otros. 

Igual, gracias. Siempre.


11 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Querido primo, aunque el ciberespacio misterioso se haya tragado tu comentario, te lo agradezco inmensamente. Te quiero mucho.

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  2. Guau qué fuerte!!!! siento igual cada una de tus palabras y sentimientos, y a la vez me digo, que afortunada soy de haber podido salir, sueno y me siento egoista, pero es nuestra realidad! Pero el duelo lo llevamos por dentro! Gracias por expresarlo tan bien!

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    1. Hola Gun-Marie, y cómo va a ser egoísta estar agradecido. Mil gracias por tu compañía y apoyo, amiga. Un abrazote,

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  3. Guau qué fuerte!!!! siento igual cada una de tus palabras y sentimientos, y a la vez me digo, que afortunada soy de haber podido salir, sueno y me siento egoista, pero es nuestra realidad! Pero el duelo lo llevamos por dentro! Gracias por expresarlo tan bien!

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  4. Así andamos querida hermana, en un duelo eterno... hasta nosotros los que (por la razón que sea) aún permanecemos aquí, en esta Venezuela que tan solo a ratos reconocemos. Estamos sobreviviendo tan sólo porque ese espíritu inquebrantable que nos caracteriza, nos sostiene. Un abrazo inmenso y gracias por compartir tus momentos con tu extraordinaria pluma! Te quiero siempre ��

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    1. Alicia, querida, desde esta ventanita argentina a veces parece que ESO que nos sostiene es exactamente eso que dices: esa cosa rara de lo que estamos hechos. Tú, buena prueba de ello. Bella, fuerte, constante, talentosa, valiente y generosa. Te quiero también siempre,

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  5. Querida y siempre recordada Elena
    Leímos varias veces tu triste y clara reflexión sobre este sentimiento de duelo.
    Por alguna razón, tu lectura me recordó a mi madre. A pesar de la buena época que se respiraba en Venezuela, ella mantenía en silencio un luto por su antigua Rusia, que nunca fue palpable para la mayoría de nosotros. Solo una vez lo llegué a vislumbrar y fue cuando me contó que cuando se acercaban los terribles soviéticos a su pueblo durante la segunda guerra mundial, su madre con sus dos hijas salieron en mitad de la noche dejando hasta la puerta abierta de su casa.
    Este sentimiento que tan bien describes me ha acompañado y es parte de uno.
    Animo Elena y sigue escribiendo.
    Los YUras

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    1. Querido Yura,
      Dejar la puerta abierta de la casa que abandonas es una imagen que me acompañará desde que leí tus palabras.
      Hoy creo que emigrar obligado por la circunstancia que sea, es ni más ni menos lo más cercano a estar siendo despellejado por dentro.
      Porque somos tantos y porque seguimos preguntándonos qué fue lo que pasó, qué es lo que está pasando, por qué a nosotros, y qué vendrá en el futuro para nosotros y los nuestros, paso los días cosiendo, cocinando, remendando, sanando, escuchando y a veces hasta cantando, en un intento de ordenar este rompecabezas que nos hemos vuelto los venezolanos. Todos.
      Los amo. Los extraño. Espero verlos en mayo. Vamos a llorar los tres. Se los aviso.

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  6. Querida Elena: Como siempre, has logrado plasmar con suma elocuencia el drama en el que vivimos los venezolanos, el desarraigo y la tristeza que nos envuelve. Bravo!

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