martes, 11 de julio de 2023

EL CLUB DE LECTURA - DIEZ MESES MÁS TARDE

11 julio 2023

San Antonio de los Altos ha probado ser un lugar que se nos tatuó en el corazón. Ha pasado un buen año desde que llegamos a vivir por tercera vez en estas queridas montañas. Un año que se va alejando de la pandemia del Covid19. Con varias mudanzas a cuestas dentro del municipio Los Salias que nos acoge, y un par de movidas fuera de éste para Corina, mi hija mayor. Estoy harta de mover peroles. Espero que la próxima, de la que no nos salvaremos, sea la última y la mejor de todas. 

Ya no vivimos en La Rosaleda, en el apartamento alquilado a donde llegamos. Ahora habitamos y amamos a Iroma, la casa de nuestros queridos Carolina y Jokin, una casa buena y bella, amada, que se quedó solita hace como diez años y que ahora cuidamos y restauramos con enorme placer y agradecimiento. Una saga de arrancar a diestra y siniestra bambucillos entrépitos en jardines y jardineras, de aprender a recoger alacranes vivos por la casa, y luego llevarlos a la sede local de los bomberos para su entrega posterior a la gente de la UCV, que les extraen el veneno para elaborar suero antiescorpiónico, muy importante para ayudar a quienes pican estos bichos. Ninguna de nosotras, a Dios gracias. Aprender a golpear arriba y abajo cada zapato que te pones y las toallas antes de secarte, donde sea. Iroma nos ha permitido aprender a vivirla y quererla. Es un lugar extraordinario. 

Carolina me dice que Iroma significa "viento". Es una palabra en Pemón, nuestra etnia indígena habitantes de la Gran Sabana y el Parque Nacional Canaima en el sureste venezolano. Esta casa le hace honor a su nombre y gentilicio. Amarla y cuidarla se nos ha hecho muy fácil. Cada día nos movemos mejor con ella y en ella. 

Este pasado año no sólo nos mudamos como locas. En los meses pasados hemos vivido experiencias completamente nuevas, otra vez. Temas de nuestra salud, del amor a la vida, de la esperanza, de la decisión de estar bien, de amar lo que tenemos, lo que hemos perdido y lo está por venir. También fue el momento de aprender a ser empresarias. En abril pasado abrimos una tienda en La Casona 1, el icónico centro comercial sanatoñero a orillas de la carretera Panamericana, vía Los Teques. 

Hemos estado lejos del blog, lejos de Caracas, atornillando nuestra vida de nuevo ahora en San Antonio. 

Aquí estamos otra vez. Les dejo lo último que escribí para el blog, que hoy publico - diez meses más tarde - de un año activo, alegre y esperanzado. 

Un abrazo. 

 

EL CLUB DE LECTURA

San Antonio, 9 septiembre 2022

 

Un hombre mayor que carga un tubo sobre sus hombros, es lo primero que vemos el día que vamos preguntar por la ubicación de nuestro puesto en el estacionamiento, ahora que nos hemos mudado a este edificio grande en medio de tantos otros iguales, donde los carros se guardan en unas estructuras aparte, situadas entre los edificios. Me fijo que las manos del hombre se apoyan en ambos extremos del tubo, que tiene poco menos de un metro de largo. Parece una pose incómoda pero el viejo camina erguido con esa línea recta sostenida con ambas manos y cara de pocos amigos. Nos asignan un puesto en el tercer nivel, con sus tres vuelos de escaleras casi siempre húmedas en este clima de la montaña, así que lo primero que sacamos de las cajas de la mudanza son aquellos feos zapatos con suela anti resbalante. Hemos visto que el hombre del tubo lleva puestas unas grandes botas de goma, lo que nos habla de mucha agua en nuestro futuro.

Vengo entrando al garaje en una de esas mañanas de sol de montaña, donde estallan en el aire la luz y el fresco de estas alturas de las afueras de Caracas, y veo al tipo del tubo sentado sobre una caja vacía de botellas de cerveza. Volteada sobre su lado más angosto, el plástico rojo de la caja brilla en la penumbra del estacionamiento. Con el tubo sobre las piernas y la cabeza inclinada hacia adelante el hombre lee un libro. Está tan absorto en su lectura que ni nos mira al pasarle por un lado para ir a nuestro puesto. De salida, escojo ir caminando por la escalera más cercana al viejo que sigue leyendo, y le saludo al pasarle cerca.

Con curiosidad le doy los buenos días como excusa introductoria para preguntarle qué está leyendo, a lo que me muestra un viejo libro delgado, y veo asombrada que es “El hombre de la armadura oxidada”, una novela corta una novela del escritor y guionista estadounidense Robert Fisher.

-      “¿Usted lo ha leído?”, - me pregunta el viejo con una amabilidad en la voz que nada tiene que ver con el amenazante tubo metálico que tiene sobre las piernas, que ahora de cerca puedo apreciar mucho mejor, y del cual cuelga en un extremo una cabuya que va de lado a lado en una de sus puntas a la que han abierto dos huecos para dejarla pasar.

Le digo al hombre que no conozco ese libro, a lo cual me responde que si me gusta leer me lo puede prestar. Entusiasmada por este hallazgo de un ávido lector con quien compartir algunos libros, le ofrezco prestarle alguna que otra novela, a lo que me responde con ojos brillantes y una enorme sonrisa,

- “¡Y hasta podríamos hacer un club de lectura, licenciada!, ¿Qué le parece?”

Me trago las lágrimas que me brincan a los ojos, y le pregunto qué género le gusta. Suspenso y detectives. Le ofrezco un par de novelas de Agatha Christie, autora que dice conocer y acepta encantado. Se llama José Martínez. Me acabo de inscribir en un club de lectura. Subo al apartamento, saco las viejas novelitas de una de mis cajas de libros y bajo corriendo a dárselas al hombre del tubo, el Sr. Martínez.

Hace unos días regresaba de Caracas y al entrar al estacionamiento, veo a Martínez inclinado sobre “Tragedia en Tres Actos”, uno de los libritos que le diera y que me muestra sonriente desde su asiento rojo vacío de cervezas. Le sonrío cómplice, mientras intento poner derecho el carro en el estrecho puesto que me han asignado, ubicado entre una columna de concreto y una destartalada camioneta inclinada hacia mi lado sobre un gato hidráulico con un enorme letrero de SE VENDE, y mientras maniobro para no rayar mi espejo retrovisor izquierdo, siento cómo se me arruga el corazón en el pecho. Este viejo lector sigue luchando y leyendo, pase lo que pase. Vivo en una sociedad en pedazos, que lucha con dignidad por sostenerse en pie. Meto la cabeza entre mis brazos cruzados sobre el volante y me dejo llorar por unos segundos, porque esas lágrimas que te tragas muchas veces pasan facturas, así que las dejo salir y me soplo la nariz con un trocito del papel de baño que siempre cargo en la guantera de mi Starlet sincrónico de 1998.

Martínez me esperaba ayer en la boca del garaje para darme la novelita de Fisher. La leí de una sentada y se la he pasado a mi hija menor. Me pareció una versión de caballería de Juan Salvador Gaviota, y bueno eso también se vale. El viejo vigilante me ha dicho que a él esta lectura le ha dado mucho de qué pensar y que me la recomienda. Tambonito, como dice la Merce Otero, mi amiga querida.

Animada por nuestra recién adquirida amistad literaria, hoy le pregunté a Martínez de qué va el tubo ése que carga siempre consigo en sus guardias en nuestro garaje.

-      “Licenciada, - me contesta- en este país cada quien hace lo que le da la gana. Es mi aviso de que seré viejo, pero no pendejo.” 

Me gusta este pana literario. Aún sin el tubo, tal parece que ando en las mismas que mi compañero del improvisado círculo de lectores. Así que, si uno se fija bien, es cierto que la vida no para de darte sorpresas. Habrá que estar bien pilas para no perdernos de ninguna.

Comienza nuestra nueva vida en la montaña. San Antonio de los Altos por tercera vez. Ésta será la vencida, como dicen. Ojalá. Haremos todo lo posible porque así sea. Nos lo piden el alma y los años.

Gracias.