La primavera se acerca en Buenos
Aires. Están retoñando los tres arbolitos feos que podé al mudarme acá, a este
segundo lugar tan especial donde hemos vivido desde hace tres meses. El primer sitio
en donde vivimos en esta ciudad, está en San Telmo. Fue inolvidable. Ahora
vivimos en Montserrat, cerca de Congreso. Céntrico. Consigues de todo. Es
hermoso. Muy práctico.
Pues sí, como decía, al
limonero que podé en junio pasado le están saliendo unas hojitas y también una
flor que, en ausencia de las ramas porque las podé todas, está brotando desde
el tronco mismo. La fuerza de la vida que se abre paso a como dé lugar. Me
encanta vivir en cuatro estaciones. Este invierno fue muy frío en Buenos Aires,
sobre todo con mucho viento polar que te calaba los huesos. Ya está pasando.
Como me gusta tanto el frío, me he gozado mucho el invierno. A mí el frío
parece ayudarme a entender mejor.
Vine al Argentina siguiendo
la invitación de Corina, mi hija mayor. “Vamos a vivir, mamá”, me dijo desde su
asiento, en el avión que nos traía, mientras pasábamos volando altísimo sobre
los Andes. Y eso fue exactamente lo que hice: volví a la vida. Gracias a ti,
querida Corina, mi hija mayor, una hija fuerte como una amazona, tan deliciosa
como el dulce de leche y mucho más sabia que Wikipedia. Gracias, hija.
En las primeras semanas en
Buenos Aires, mi hermano Juan hizo la observación de que había recuperado mi
voz. Cierto. Buenos Aires me regresó esa fuerza que empuja al espíritu hacia
más arriba. Hacia ese sitio desde donde te das cuenta que ahora tus manos van
delante de ti. Donde el miedo desaparece. Ese lugar tan bueno que es saber lo que
no quieres. Lo más cerca que he estado de saber qué quiero.
Escribo esto camino a Caracas.
Llego a mi ciudad este próximo viernes, en pocos días.
Acertado y hermoso, ya lo
dijo Antonio Machado, "el corazón
tiene razones que la razón no entiende". Ni hay tampoco
para qué sentarse a intentar entenderles. Razones hay de sobra, Tampoco hay
tanto que entender.
Es mucho más difícil escribir lo que ponderas en lugar de
hacerlo acerca de lo que sabes, ya lo dijo mi cuñada Alison (estoy rodeada de
gente sabia). Por eso el absoluto silencio de agosto y parte de septiembre.
Ordenando las ideas. Revisando las opciones.
Hilvanando las posibilidades de un regreso complejo, para llamarlo
rápido de alguna manera. Elementos que se mezclan, cada uno con su peso
específico. Con su relevancia concreta. Todo cuenta. De las muchas razones hay
algunas, sin embargo, que tienen mucha mayor importancia que otros. Mayor peso.
Que te ocupan un espacio grande en la vida. Que cargas contigo. Que son tus
motivos. Tú misma. Algunas son obvias, otras no lo son tanto.
Razones, causas y
efectos en una sola línea de pensamientos:
Mi hija menor, Alejandra.
Cumplir este próximo diciembre la edad que tenía mi padre
cuando murió tan triste y lejos de casa. De su tierra. De sí mismo.
Que el año que viene se
cumplirían treinta años de haber salido de Caracas siguiendo sueños ajenos.
La certeza de que ya fue
suficiente.
Una añoranza por vivir los
sueños propios que no desaparece.
Saber que aún no has
terminado la tarea.
Tener tanto deseo de hacer
eso tan urgente por ser hecho.
Se van sumando y
entrelazando las razones. Ese quizás es el momento en que comienzas a empacar
dentro de ti. Otra vez al camino. Cuatro maletas, cinco cajas y Francisca. En
el camino quedaron Cecilio, nuestro perrito mocho de una patica trasera y el
perro más terco de todos los que haya tenido, enterrado en el jardín del último
edificio donde viví en Margarita, Y mis gatas hermanas, Chiqui y McKenzie, que
me acompañaron hasta Hollywood, Florida. Ahora sólo seremos Francisca, la
perolera y yo. También Alejandra. Gracias, Virgencita del Valle. Te la debo. Y
por encima de todo, gracias a ti, Alejandra, la más valiente de todos nosotros.
Buena, modesta y sabia, como toda buena heroína.
Mis hilos y los aros de
bordar otra vez de un lado al otro. Las muchas tijeras Fiskars, telas de todo
tipo, patrones, cuentas de colores en vidrio, metal y plástico, encajes, tiras
bordadas, lanas y cintas. Materiales trotamundos con una dueña un poco
chiflada. Salieron de Margarita hace cinco años. Venían de tierra firme, de las
montañas de los Altos Mirandinos, donde ya habían dado vueltas desde la recta
de Las Minas, al Toronjil, a Club de Campo, y de regreso a Las Minas para luego
terminar en Lomas de Urquía, desde donde cruzaríamos el Caribe hasta la Isla de
Margarita.
Ya está bueno. Ha sido mucho
pedirle al cuerpo y a mis hijos. Demasiado. Quizás porque se nos había perdido
la brújula en 1989. Quizás porque había mucho que entender, de todas maneras.
La verdad, no importan las razones, porque igual la razón no las entenderá. Y
el corazón es pésimo para explicarlas.
Sólo en Caracas sabré si ya
llegué. Y qué viene después. Veremos.
Mi buen hijo Armando Ignacio
nos sigue de cerca, su amorosa y generosa compañía nos da la firmeza que los
pasos van perdiendo con los años. Es la mejor mano fuerte de hombre lúcido y
responsable que conozco. Gracias, hijo querido.
Por el momento, un largo
viaje de vuelta. Dejo a Buenos Aires entrando en la primavera. Allá, Caracas comienza
ya sus mañanas despejadas de fines y comienzos del año. Pasearé a Francisca por
Los Palos Grandes, iré de compras al Gama y al Plaza, que siguen allí. Caminaré
por el Parque del Este, lo llamen ahora como lo llamen. Abrazaré a mi hija
menor cuando llegue a casa del trabajo, nos reiremos juntas, jugaremos Scrabble
y saldremos a pasear. ¡Ah, y el cerro, siempre ahí, mi Ávila caraqueño!
Cuando vaya a Margarita, donde debo ir pronto de ida y vuelta en viaje de reconocimiento, veré los ojos de mi
tía Simonetta, de mi hermana Alicia, de mis primos y amigos, para poder así hacerme
una mejor idea de las cosas en la isla, un lugar que también quiero tener en
los planes y proyectos por venir.
De regreso en Caracas, iré a
Los Galpones de Los Chorros, imprescindible reducto de lo que fuimos y somos. También
atenderé la sorpresiva invitación de mi alumna Xiomara Santander y de su hija
Mónica, de dar clases juntas en Petare, siguiendo su modelo de taller textil
aprendido en aquel que dictamos hace tantos años en Catia cuando Adriana Meneses era quien dirigía el Museo del Oeste "Jacobo Borges, nuestro MUJABO.
Algunos pocos, como mi mamá
y su esposo Carlos, que han acompañado estos meses de exploración, saben cuánto
susto he pasado. Otros, como mi hermano Carlos Eduardo, tienen esperanzas en Venezuela
parecidas a la mía, y no para de animarme con sus propios sueños enlazándolos a
los míos. Ya veremos...
Aún no sé qué habrá detrás
de este regreso. Es imposible saberlo y muy tonto esperar saberlo.
En verdad, la vida es
hermosa. El viaje ha sido y es apasionante. Desde este viernes, a su orden en
Caracas.
Seguiremos en contacto. Mil gracias
por su compañía.
Siempre.