martes, 11 de septiembre de 2018

BUENOS AIRES 21 – CARACAS


La primavera se acerca en Buenos Aires. Están retoñando los tres arbolitos feos que podé al mudarme acá, a este segundo lugar tan especial donde hemos vivido desde hace tres meses. El primer sitio en donde vivimos en esta ciudad, está en San Telmo. Fue inolvidable. Ahora vivimos en Montserrat, cerca de Congreso. Céntrico. Consigues de todo. Es hermoso. Muy práctico.

Pues sí, como decía, al limonero que podé en junio pasado le están saliendo unas hojitas y también una flor que, en ausencia de las ramas porque las podé todas, está brotando desde el tronco mismo. La fuerza de la vida que se abre paso a como dé lugar. Me encanta vivir en cuatro estaciones. Este invierno fue muy frío en Buenos Aires, sobre todo con mucho viento polar que te calaba los huesos. Ya está pasando. Como me gusta tanto el frío, me he gozado mucho el invierno. A mí el frío parece ayudarme a entender mejor.

Vine al Argentina siguiendo la invitación de Corina, mi hija mayor. “Vamos a vivir, mamá”, me dijo desde su asiento, en el avión que nos traía, mientras pasábamos volando altísimo sobre los Andes. Y eso fue exactamente lo que hice: volví a la vida. Gracias a ti, querida Corina, mi hija mayor, una hija fuerte como una amazona, tan deliciosa como el dulce de leche y mucho más sabia que Wikipedia. Gracias, hija.

En las primeras semanas en Buenos Aires, mi hermano Juan hizo la observación de que había recuperado mi voz. Cierto. Buenos Aires me regresó esa fuerza que empuja al espíritu hacia más arriba. Hacia ese sitio desde donde te das cuenta que ahora tus manos van delante de ti. Donde el miedo desaparece. Ese lugar tan bueno que es saber lo que no quieres. Lo más cerca que he estado de saber qué quiero.

Escribo esto camino a Caracas. Llego a mi ciudad este próximo viernes, en pocos días.

Acertado y hermoso, ya lo dijo Antonio Machado, "el corazón tiene razones que la razón no entiende". Ni hay tampoco para qué sentarse a intentar entenderles. Razones hay de sobra, Tampoco hay tanto que entender.

Es mucho más difícil escribir lo que ponderas en lugar de hacerlo acerca de lo que sabes, ya lo dijo mi cuñada Alison (estoy rodeada de gente sabia). Por eso el absoluto silencio de agosto y parte de septiembre. Ordenando las ideas. Revisando las opciones.  Hilvanando las posibilidades de un regreso complejo, para llamarlo rápido de alguna manera. Elementos que se mezclan, cada uno con su peso específico. Con su relevancia concreta. Todo cuenta. De las muchas razones hay algunas, sin embargo, que tienen mucha mayor importancia que otros. Mayor peso. Que te ocupan un espacio grande en la vida. Que cargas contigo. Que son tus motivos. Tú misma. Algunas son obvias, otras no lo son tanto. 

Razones, causas y efectos en una sola línea de pensamientos:

Mi hija menor, Alejandra.

Cumplir este próximo diciembre la edad que tenía mi padre cuando murió tan triste y lejos de casa. De su tierra. De sí mismo.

Que el año que viene se cumplirían treinta años de haber salido de Caracas siguiendo sueños ajenos.

La certeza de que ya fue suficiente.

Una añoranza por vivir los sueños propios que no desaparece.

Saber que aún no has terminado la tarea.

Tener tanto deseo de hacer eso tan urgente por ser hecho.

Se van sumando y entrelazando las razones. Ese quizás es el momento en que comienzas a empacar dentro de ti. Otra vez al camino. Cuatro maletas, cinco cajas y Francisca. En el camino quedaron Cecilio, nuestro perrito mocho de una patica trasera y el perro más terco de todos los que haya tenido, enterrado en el jardín del último edificio donde viví en Margarita, Y mis gatas hermanas, Chiqui y McKenzie, que me acompañaron hasta Hollywood, Florida. Ahora sólo seremos Francisca, la perolera y yo. También Alejandra. Gracias, Virgencita del Valle. Te la debo. Y por encima de todo, gracias a ti, Alejandra, la más valiente de todos nosotros. Buena, modesta y sabia, como toda buena heroína. 

Mis hilos y los aros de bordar otra vez de un lado al otro. Las muchas tijeras Fiskars, telas de todo tipo, patrones, cuentas de colores en vidrio, metal y plástico, encajes, tiras bordadas, lanas y cintas. Materiales trotamundos con una dueña un poco chiflada. Salieron de Margarita hace cinco años. Venían de tierra firme, de las montañas de los Altos Mirandinos, donde ya habían dado vueltas desde la recta de Las Minas, al Toronjil, a Club de Campo, y de regreso a Las Minas para luego terminar en Lomas de Urquía, desde donde cruzaríamos el Caribe hasta la Isla de Margarita.

Ya está bueno. Ha sido mucho pedirle al cuerpo y a mis hijos. Demasiado. Quizás porque se nos había perdido la brújula en 1989. Quizás porque había mucho que entender, de todas maneras. La verdad, no importan las razones, porque igual la razón no las entenderá. Y el corazón es pésimo para explicarlas.
Sólo en Caracas sabré si ya llegué. Y qué viene después. Veremos.

Mi buen hijo Armando Ignacio nos sigue de cerca, su amorosa y generosa compañía nos da la firmeza que los pasos van perdiendo con los años. Es la mejor mano fuerte de hombre lúcido y responsable que conozco. Gracias, hijo querido.

Por el momento, un largo viaje de vuelta. Dejo a Buenos Aires entrando en la primavera. Allá, Caracas comienza ya sus mañanas despejadas de fines y comienzos del año. Pasearé a Francisca por Los Palos Grandes, iré de compras al Gama y al Plaza, que siguen allí. Caminaré por el Parque del Este, lo llamen ahora como lo llamen. Abrazaré a mi hija menor cuando llegue a casa del trabajo, nos reiremos juntas, jugaremos Scrabble y saldremos a pasear. ¡Ah, y el cerro, siempre ahí, mi Ávila caraqueño!
  
Cuando vaya a Margarita, donde debo ir pronto de ida y vuelta en viaje de reconocimiento, veré los ojos de mi tía Simonetta, de mi hermana Alicia, de mis primos y amigos, para poder así hacerme una mejor idea de las cosas en la isla, un lugar que también quiero tener en los planes y proyectos por venir.

De regreso en Caracas, iré a Los Galpones de Los Chorros, imprescindible reducto de lo que fuimos y somos. También atenderé la sorpresiva invitación de mi alumna Xiomara Santander y de su hija Mónica, de dar clases juntas en Petare, siguiendo su modelo de taller textil aprendido en aquel que dictamos hace tantos años en Catia cuando Adriana Meneses era quien dirigía el Museo del Oeste "Jacobo Borges, nuestro MUJABO.

Algunos pocos, como mi mamá y su esposo Carlos, que han acompañado estos meses de exploración, saben cuánto susto he pasado. Otros, como mi hermano Carlos Eduardo, tienen esperanzas en Venezuela parecidas a la mía, y no para de animarme con sus propios sueños enlazándolos a los míos. Ya veremos...

Aún no sé qué habrá detrás de este regreso. Es imposible saberlo y muy tonto esperar saberlo.

En verdad, la vida es hermosa. El viaje ha sido y es apasionante. Desde este viernes, a su orden en Caracas.

Seguiremos en contacto. Mil gracias por su compañía.

Siempre.