sábado, 27 de enero de 2018

BUENOS AIRES 2

Al revés del Norte, es pleno verano en Argentina. Sin embargo, amanece fresco. Aquí el azul del cielo es más claro, es azul celeste, y los argentinos lo saben. Lo han puesto exacto en su bandera. Hoy ha amanecido sin una nube. Salgo al balcón donde hay una mesita de mosaico con dos sillas que serán mi escritorio por un mes. Los ruidos urbanos son tan diferentes en Buenos Aires. Motos y motonetas que despiertan en la callecita Humberto 1º. Perros ladrando por aquí, por allá. Palomas que aletean. El camión de la basura hizo su bulla un poco más temprano. La brisa sabrosa huele un poquito a diesel. Aunque estamos en el centro, apenas se escucha despertar a esta inmensa urbe que es la ciudad donde vivo ahora. 

Allá abajo, junto a la hermosa casa con la bruja metálica de veleta en su techo, vive un grupo de jóvenes indigentes. Maletas, sillas viejas, mantas y cobijas son su casa. Van y vienen durante el día, supongo que también durante la noche. Una pareja y varios muchachos. Parecen viejos pero se ve que no lo son. Parecen inofensivos, seguramente tampoco lo son. Hablan animados entre ellos, se ríen, comparten comida. Desde detrás del vidrio que nos separa del balcón, los miro a cada rato. Ya me había desacostumbrado a ver esta miseria. Ayer, la joven mujer se droga mientras su compañero la ayuda a taparse la cabeza con lo que parece una toalla, mientras ella fuma algo que supongo es marihuana o crack. Qué sé yo. Buenos Aires está llena de gente que vive de esta manera, en la calle, ya hemos visto varios. Afortunadamente para mí, ningún niño. Los veré, sin duda ninguna. Toca aprender a vivir con eso. De nuevo.

Los carros aquí se llaman autos. Los niños, chicos. Apartamento ahora será departamento. La vereda es la acera Nuestro léxico cambiará sin remedio. Nuestras costumbres también. Una vez más, a comenzar de nuevo.

Durante el día terminaremos de cerrar con Estados Unidos. Aún quedan cuentas y servicios por cancelar. Esta semana pagaré lo que se les debe a las tarjetas de crédito. Escogí seguir en el grupo de los que hacen lo correcto por que sí. Mi hijo mayor, Armando Ignacio, nos prestó dinero para resolver lo que había que pagar en reservas del Airbnb, pasajes y los gastos previos a nuestra salida de Norteamérica. Mis hermanos Alex y Juan nos han estado echando una mano por aquí y por allá. Ya más aterrizadas, nos pondremos a hacer esas transferencias. Por el momento, Corina y yo tenemos nuestras finanzas combinadas, como compañeras de ruta que somos desde hace dos años. Ambas extrañamos la autonomía de andar solas, pero sabemos que esto es lo que corresponde hacer ahora. Nos ha costado aceptarlo. Mucho. Ambas sabemos que el camino suele tener su propia sabiduría. Por decisión hemos dejado mucho atrás. Andar ligera me sienta bien. Me veo más alegre en el espejo. Más serena. Ya eso es bastante ganancia.

Desde que llegamos hace cuatro días he caminado unas cien cuadras. Cargo encima un sobrepeso de al menos 25 kilos, que se irán diluyendo entre esta caminadera, comer más sano y estar más contenta. Me traje ropa de tres tallas y para cuatro estaciones. Una locura de planificación. Mis pies han intentado protestar el cambio de paso. Les he explicado que no hay derecho a pataleo. Literalmente. Sólo de andar. Hacia adelante. Punto. Corina me ayuda con cremitas y masajes, sugerencias de medias y zapatos. Rico.

Pocas cosas tan benditas como los hijos buenos. Tengo tres. Pocas cosas aún más privilegiadas que las hijas buenas. Tengo dos. Si me escuchan quejarme, les ruego me recuerden sólo esto.

Me gustan las medialunas, el cielo celeste, la cortesía argentina, los dinteles y balcones, las plantas sencillas por todos lados, los perros como peatones. Me gusta este despertar de los sentidos, estar pendiente de dónde pones la cartera para evitar al pícaro, aguzar el ingenio para intuir al sinvergüenza, me gustan los comercios de chinos y las fruterías de bolivianos en cada cuadra. Creo que por primera vez en mi vida me gusta el sucio de las calles.

Ya vendrá lo que no me gusta. Está bien. Vamos bien. Estamos bien. 

sábado, 20 de enero de 2018

VAMOS A VIVIR

31 de diciembre en Humberto 1 #844, San Telmo. 

Corina y Francisca aun durmiendo el viaje. Nueve horas de vuelo entre Miami y Buenos Aires, siete maletas, dos maletines de mano llenos de documentos y libros, y además Francisca, nuestra perra margariteña. Nos hemos venido a vivir para Argentina.

Llegamos a Ezeiza, el aeropuerto internacional de Buenos Aires, cerca de las seis de la mañana, y estamos fuera de inmigración y aduana como en una hora. El dueño del apartamento alquilado por Airbnb nos escribe que no podremos entrar a éste sino hasta después de la una y media de la tarde. Nos caemos del cansancio. Las tres estamos extenuadas. Corina negocia por Whatsapp. Se consigue que vayamos antes y eso hacemos repartidas en dos vehículos llenos de maletas, maletines y la jaula plástica de viaje con Francisca, que nos mira desde dentro con esa fidelidad del acto de fe del que son sólo capaces algunos perros.

San Telmo resulta una zona entremezclada de calles estrechas con anchas avenidas. Arboles frondosos en aceras rotas. Fachadas de casas viejas cubiertas de hollín, con una inesperadamente callada y serena belleza. Modestos potes con plantas por todos lados, en portales, patios y terrazas. Las altas ventanas y puertas hablan de tiempos de un esplendor urbanístico que parece negado a callar su voz. El sorprendente ornato de dinteles y cornisas, pareciera abandonado a cuidar de su propia supervivencia. Hay de todo. Hoy hace un calor endemoniado. Treinta y ocho grados centígrados, el día más caliente del año, nos enteramos luego. Sin embargo. vamos y venimos por las callecitas, Francisca a la cabeza, Corina guiando las excursiones para apertrecharnos de comida, agua potable y otras cositas para nuestra primera noche en Buenos Aires.

Nos hemos venido a vivir para Argentina. Mientras este año se termina, he cerrado tras de mí una puerta que no me llevaba a ninguna parte. No, no es cierto, sí que me llevaba a algún lado, sólo que era un lugar al que no deseaba ir. Ni tampoco donde mi corazón anhelara estar. Norteamérica me ayudo vivir el duelo de la pérdida de Venezuela, como uno de esos amantes de mientras-tanto, que te ayudan con la ausencia de un gran amor. De la misma forma que cuando esos romances comienzan a menguar y perder su magia, uno sabe que debe salir corriendo. Así mismo empaqué mis cosas y me alejé de Florida, de mi comunidad de mayores de 55 años donde viví cuatro años, de los amigos que hice allí, de mis hermanos y sus familias, de mi mamá, de mi hijo mayor y de mis nietos. Cuando me dí cuenta que me tenia que ir de los Estados Unidos por una irreconciliable incompatibilidad de caracteres con esa sociedad, me detuve y lo lloré sin consuelo posible por días y días. Cuando dejé de llorar, comencé a empacar.

Con una inmensa ternura, antenoche mientras volábamos hacia el más franco Sur de América, desde su asiento al otro lado del pasillo, Corina tomó mi mano y dijo con sus ojos en los mios, “Vamos a vivir”. Una propuesta hecha en tono de consuelo que me ha traído a San Telmo, en Buenos Aires. Allá afuera esta mañana canta un cristofué, con los años que no escuchaba uno de esos pájaros de tierras suramericanas, de mi casa, de la Caracas de mi niñez. Cierro los ojos y me digo, “Tranquila, no pasa nada. Estás viviendo”.


Mientras, en Caracas mi hija menor, Alejandra, esta contenta. Trabaja en Chacao y vive en El Valle. Su perseverancia por estar bien me ha dado esta clave de buscar lo mismo para mi misma. Quiero una vida que me arrope y me cobije, por muchos sacrificios que esto conlleve. Asi es como me he apropiado de mi vida, y asi es como la vivo hoy. Estoy tan agradecida. Nos deseo a todos el mejor año 2018. Un abrazote a mis panas de Ordago, Es un regalo tenerlos. Gracias. 

jueves, 18 de enero de 2018

LLEGADA A BUENOS AIRES

LLEGADA  A  BUENOS  AIRES 


(Disculpen la ausencia de acentos. Estamos trabajando en esto)


Nos hemos venido a vivir en Argentina. Llegamos a Buenos Aires este pasado 30 de diciembre. Ando con Corina, mi hija mayor, siete maletas, dos maletines de mano y una jaula plástica con Francisca dentro, nuestra perra margariteña.

Venimos de los Estados Unidos. De Hollywood, condado de Broward, Florida. Tampoco esta vez nos ha sentado la vida norteamericana en este segundo intento entre 2013 y 2017. El primero del 2000 al 2006 me dejo tristísima. Esta vez he quedado extenuada.

La primera opción era irme a Espana. Con la idea de montar una mercería en Valencia, puse en marcha mi plan, en venta el apartamento y casi todo lo que había dentro. Armé una enorme donación de mi taller textil. Embalé el resto.

Corina, que vive conmigo desde 2015, mientras tanto monta su viaje de regreso al Cono Sur que le gustó tanto. Estuvo por un buen tiempo entre Buenos Aires y Montevideo

Mi plan de irme a Espana se cae por su propio peso y decido regresarme a Venezuela. Pero, no me atrevo. Estoy entre varias opciones en mi desolado pais. Ninguna me termina de convencer. Mis hermanos, mi mamá y Carlos, su esposo, me ayudan a organizar las ideas. Alejandra, la menor de mis hijos vive en Caracas. Su opinión es demoledora: no te vengas, mama. Corina me invita a venirme con ella para Buenos Aires. Aquí estamos, en San Telmo, instaladas provisionalmente en un apartamento que Corina contrató  a través de Airbnb desde los Estados Unidos.

Al llegar, ya en el aeropuerto mismo de Ezeiza, me doy cuenta que algo se está moviendo de lugar en mi interior. Miro a la gente a nuestro alrededor desde la mesita del café donde esperamos pacientes que llegue la hora de entrar al apartamento alquilado, pues hemos llegado a las seis de la manana. Corina compra unas media lunas y té para desayunar. En las mesas vecinas mis primeros argentinos en Argentina conversan animadamente, se tocan, se besan, se miran, se rien y o discuten entre ellos a viva voz. Me doy cuenta que estoy absorta observándoles. Los hombres tocan y besan a sus hijos pequenos. Me estoy sonriendo sin querer. Eso que se me mueve por dentro, se despereza, se estira, se reconoce en algunos gestos de esta nueva gente que ahora es mi entorno. Bienvenida a otra nueva vida. Hemos venido a vivir. Eso me ha dicho Corina. A cada minuto le creo más.

Cuando llega la hora de irnos, el viaje se hace en dos autos, porque no cabemos en un solo taxi. A mi me lleva Gerardo en un pequeño Chevy, y me da en el camino muchas razones por las que me habría gustado haberme hecho su amiga. Culto, educado, inteligente. Le hago un monton de preguntas durante el trayecto y me llevo una tremenda clase magistral en vida argentina contemporánea. Corina y Francisca vienen delante en una pequena camioneta, pues la jaula no cabe en ningún automovil. La senora que las maneja se ve amable y fuerte. Buena combinación.

Un mosaico que recién comienza a combinarse. Imágenes que se amontonan. Algo que quiero decir se organiza en palabras que salen casi solas. Estoy recuperando las fuerzas. Rápidamente. Una voz que extranaba muchísimo vuelve a salir y me siento cada manana a escribir. Una vez más. De nuevo. Qué bueno. El balconcito del apartamento es muy amable con este deseo renovado.

Caminar es milagroso para el espíritu. La mirada se nos refresca. Qué buenos ejercicios, caminar y escribir. Tomo fotografias de puertas, dinteles y pequenos silencios totalmente nuevos. Estoy bordando una foto vieja que he comprado por dos pesos en el mercadito de San Telmo, al que Corina me ha llevado con la presentación de quien te ensena un tesoro profundamente íntimo. Sé que esta hija me está regalando buena parte de lo que tiene en el corazón por esta ciudad. Estoy conmovida, movida y silenciosa.

Así, en silencio, escribo. Mucho. Juan, mi hermano, dice que he recuperado la voz. Es cierto.  

Agradecida, mucho, decido abrirle una ventana a estos textos portenos, una secuencia de los textos escritos a traves de una persiana americana, como habría dicho Cerati, cosa que ahora sé gracias a mi amigo-hermano Yura Svistunov, quien nos ha puesto a Soda Estéreo como telón de fondo en estos primeros dias en la Ciudad de la Furia.

Busco a Borges entre puertas viejas y ventanas cerradas. Escucho la paleta verbal de Cortázar a mi alrededor. Son tiempos de un encantador enamoramiento.

Como corresponde, entonces, gracias. Totales. Ahí vamos...

Elena


Buenos Aires, jueves 18 de enero 2018