sábado, 27 de febrero de 2021

 


                                   (escrito hace poco más de un año)


HUECOS, VACIOS Y PARADOJAS

Caracas, enero 2020

Al regreso de la pausa que es cualquier viaje, siempre tendrás que adaptar de nuevo tus pequeñas rutinas. Eso pensaba frente al espejo sobre mi lavamanos, cuando recordé avisarle a mi mamá que había llegado bien a casa. Así de golpe, dos enormes lágrimas hirvientes. No habrá más llamadas. Se acabó la complicidad de eso que sólo ella y yo sabíamos. Vengo de vuelta del funeral de mi mamá en Miami. Agarrada al borde del lavamanos miro mis ojeras en el espejo. El enorme hueco de la orfandad se me extiende por el pecho. Ausencias que quizás sea lo que nos define. Mi hermano Juan hizo posible que todos los cinco hermanos nos reuniéramos, llevándonos a Alicia y a mí para reunirnos con los demás allá en Miami.

En fin, estoy de regreso en Caracas. Mi madre murió lejos hace poco más de dos semanas. Días de vacíos y de huecos. De evaluar y sacar cuentas. Revisar y evaluar la situación en la que me he ido metiendo. ¿Cuáles son las tareas pendientes ahora de vuelta en Venezuela? Aquí en Caracas hay tanto que no hay. Tanta ausencia. Tanto hueco. Para donde mires, sin embargo, verás soluciones a esos vacíos: desde mermeladas caseras hasta soluciones digitales, toda clase de respuestas que intentan volver a poblar lo que se quedó solo.

Resulta curioso sentirse bien acá, en medio de una situación tan exigente, donde tantas veces a tu audacia está obligada a ganarle la partida al susto. Hacer arqueo de caja con frecuencia como estrategia para serenarse, hago un recuento constante de lo que tengo en favor nuestro: la fuerza que llevo dentro, el apoyo de mis hijos mayores, la compañía de mi hija menor, estar en malo conocido, mi carrito Toyota Starlet de 1998, el anexo donde vivimos, la red de afectos que hemos construido. Se necesita mucho apoyo en esta campaña de buscar refugio en una ciudad desamparada, donde todo parece estar a la buena de Dios.

Esta ciudad fea y hostil llamada Caracas, que puebla un lugar hermoso, mágico que geográficamente también se llama el valle de Caracas. Calles y gente llenas de huecos. Para donde veas siempre hay algo roto. Pero, también ves gente estupenda llena de alegría y coraje. Vives en una amable temperatura todo el año, rodeada de paisajes verdes, azules y naranja rojizo que quitan el aliento. Por doquier consigues unas cocinas que se saben mover con una maestría intuitiva dentro y fuera de los sabores locales. Una y otra vez no te queda otra que decirte a ti misma que Venezuela es simplemente increíble, y que la ciudad de Caracas, es un guiño a todo lo posible.

Desde hace un año manejo mi carrito viejo por esta ciudad.  Huecos asombrosos y rutinarios de hasta veinte o treinta centímetros de profundidad y casi un metro de ancho, en medio de cualquier vía, que van aflojando todo en el carro y en tu cuello. Alcantarillas redondas sin tapa y sin fondo. Huecos largos y huecos anchos, los hay superficiales, los hay profundos, surcos en el asfalto que se van volviendo canales y rasgaduras en calles y avenidas. Los inexistentes sellos en las juntas de dilatación en los puentes elevados y los pisos altos en las vías de esta lastimada ciudad, son un constante castigo para los amortiguadores del carrito y la columna vertebral de cualquiera. Te aprendes los huecos cuando ya has caído dentro demasiadas veces, y cada día hay huecos nuevos por conocer. Se aclimata uno rápido a esta adversidad.

Otra historia es la gente, que también está muy lastimada. La encuentras por todas partes con sus huecos, unos visibles y otros no tanto. Enormes vacíos en el espíritu de esta nueva sociedad venezolana. Ves con asombro como la ausencia de escrúpulos crece a tu alrededor. Náusea de volverte así. Varias veces al día en silencio digo que no. Aunque el cansancio, la frustración y la desesperanza han abierto enormes huecos en el alma venezolana, la gente no tira la toalla en este país del asombro, y responden agradecidos a cada sonrisa que les compartas. Aunque el abandono y la desidia de la infraestructura te determinan la vida en esta pobre ciudad, miles de personas a diario no se dejan paralizar por semejante destructividad, y la sufren en medio de cómplices mentadas de madre colectivas a los sinvergüenzas que han terminado de arruinarnos la vida urbana y la poca convivencia sana que nos quedaba.

Es que, como dice mi hermano Juan, el comunismo no cree en el mantenimiento. Le agrego que tampoco cree en los valores morales y espirituales del individuo. Sólo cree que el “proceso político” es lo único importante. Sólo esos valores son pertinentes. La destrucción de lo que había y la sustitución por este “hombre nuevo” que no sabe de dónde salió ni para dónde va. Aquí ese desconcierto se ha vuelto lo cotidiano.

Al hueco del duelo por mi madre que cargo dentro, ahora se une esta sensación de salto al vacío. Ausencias de estructura, seguridad y coordinación que se nos abren bajo los pies. Vértigo de no ver coherencia en ninguna parte. El caos como norma. La mentira como verdad. Es desesperante. Hay que aprender a vivir así. En eso estamos.

Amanece una bonita mañana caraqueña de enero. Tres guacamayas azules y amarillas pasan volando hacia el Ávila. Ese amado tono rosa en el cielo conocido. Ojalá yo pueda aprender de los huecos en los que he caído. Ojalá pueda reparar los pobres amortiguadores de mi carrito. Ojalá resulten verdades tantas embustes que escuchas a diario. Ojalá.

Mientras tanto, escribo mucho, bordo y coso todo lo que puedo. Tengo trabajo que atesoro y me gozo muchísimo. Cocino sabroso, casi todos los días. La música me acompaña. Abrazo a los afectos que se dejan querer. Ando lo más ligera posible. Seco mis lágrimas y también las ajenas. Mi madre era una mujer fuerte, buena e inteligente. Ella fue una adversidad llena de amor que me enseñó a perdonar. Caigo en cuenta que tengo varios días llenando su vacío con nuevas imágenes y recuerdos. Un enorme agradecimiento me llena el corazón mientras cierro esta crónica.

No soy buena persona por accidente sino por aprendizaje y elección.

Estoy donde corresponde estar. Sentir ese compromiso, aunque sea sólo eso, se siente bien. Ayuda, y mucho.

Gracias.   


3 comentarios:

  1. Gracias por compartir honestamente tus experiencias. Un abrazo

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  2. Querida Elena
    Desgarrador tu relato, muy bien escrito y el tema de los huecos surreales y reales tienen un significado especial para nosotros los Caraqueños.
    Aunque no soy Beatle maníaco, me acordé de una maravillosa y particular pieza, un poco psicodélica que aparece en el álbum del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, la canción se llama: A day in the life, en donde John Lennon menciona los innumerables huecos de una carretera y trata a los huecos como personas que podrían llenar la sala “Albert Hall”.
    Elena, puedes estar abrumada con el mundo que te asedia, pero no eres insensible al dolor que te rodea, como dice la canción: al final es solo un día más en la vida.
    Un abrazo fuerte
    Los Yuras.

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  3. Muy alegre de volver a leerte Elena.

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